YO TE LO MANDO, LEVÁNTATE

X DOMINGO ORDINARIO

YO TE LO MANDO, LEVÁNTATE

Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez

La primera lectura y el evangelio tienen relación directa o nos narran acontecimientos similares. La segunda lectura, indirectamente está relacionada en la historia de San Pablo. Por eso podemos decir que el resumen del mensaje de este domingo es: “yo te lo mando: levántate” (Lc. 7: 14b).

En la primera lectura y en el evangelio encontramos el dolor por la muerte. El pueblo de Israel y todos los pueblos del oriente, tenían la convicción de que la enfermedad es signo de maldición y la muerte prematura signo de una culpa personal o de los antepasados. Creían que el Dios celoso buscaba con ello una especie de recompensa. En todos lados surgen interrogantes ante el sufrimiento. Siempre ha sido muy difícil entender el sufrimiento y la muerte y, más todavía, cuando ésta es prematura o repentina (suicidios o accidentes).

En la situación de aquella madre de Sarepta, cuando ve que su hijo a muerto le reclama al profeta Elías: “¿Qué te he hecho yo, hombre de Dios? ¿Has venido a mi casa para que recuerde yo mis pecados y se muera mi hijo?” (1 Rey 17: 18). Si cambiáramos las palabras de aquella viuda se diría más o menos así: Tu presencia no ha sido beneficiosa para mí y para mi hijo. ¡Estábamos mejor antes sin ti! Yo solo quiero recordar las palabras de Jesús: “el oro se purifica con el fuego”. Ante el dolor, o nos ayuda a purificarnos o nos destruye, dependiendo como lo vivamos.

He escuchado muchas veces de las parejas cuando se les pregunta: ¿Por qué no se casan por la iglesia? Y responden, ¿para qué? “Estamos bien así” ¿Para qué nos peleemos después? Se ve solo el sufrimiento y no la bendición. Se nos queda grabada en la memoria la mala experiencia de unos pocos pero no vemos las bendiciones de la gran mayoría. “‘Devuélvele la vida a este niño’. El Señor escuchó la súplica de Elías y el niño volvió a la vida… ‘Ahora sé que eres un hombre de Dios y que tus palabras vienen del Señor’” (1 Rey 17: 21. 24). Los milagros son signos que orientan hacia el reconocimiento de la misión profética de los enviados por Dios. La respiración es el signo de la presencia del Espíritu vivificador en los seres vivientes. La muerte es la ausencia de respiración. Y la respiración es efecto del Espíritu. Aun hoy suceden muchos milagros a nuestro alrededor pero tenemos que verlos con los ojos de la fe y esperanza, confiados en Dios y en su amor.

En el evangelio escuchamos el relato de la viuda de Naím, un relato muy conocido. “Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: ‘No llores’. Acercándose al ataúd, lo tocó, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús dijo: ‘Joven, yo te lo mando: levántate’” (Lc 7: 13-14). En el evangelio de San Lucas, al autor le gusta resaltar los sentimientos de compasión y de misericordia de Jesús. Las parábolas de misericordia las encontramos en el evangelio de San Lucas. Narra que Jesús siente lástima de aquella madre, que era viuda y, por tanto, al morir su hijo único quedaba desamparada en todos los aspectos, sin esposo y sin hijo, despojada de los valores de una mujer de su tiempo. Jesús capta perfectamente la situación y siente lástima por aquella mujer. Al mandato de Jesús surge la vida de nuevo. Y se lo entregó a su madre. Que bello gesto de parte de Jesús, gesto de delicadeza y ternura para con los que sufren. ¡Así es nuestro Dios!

Dios siempre sorprende con su bondad y con su poder bienhechor. Dios está en el centro y a Él solo hay que darle gloria. Dios ha visitado a su pueblo. Alabemos a Dios y bendigámoslo porque siempre está con todos y cada uno de nosotros. Su poder es infinito y, su amor y misericordia mayor. Ante el sufrimiento, dolor y muerte, nuestra única salida y esperanza, es Dios. Porque Él nos devuelve la fuerza, la vida y la alegría.

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