XVIII DOMINGO ORDINARIO

ABRES, SEÑOR, TU MANO Y NOS SACIAS DE FAVORESFrCarmelo6

Por el Padre Carmelo Jimenez 

Las lecturas para este domingo nos hacen reflexionar en los beneficios que nos trae la Eucaristía. San Pablo, en la segunda lectura de hoy que está dirigida a los romanos plantea una pregunta: “¿Quién nos separa del amor de Cristo?” Y es él mismo quien nos responde: “Ciertamente de todo esto salimos más que victoriosos, gracias a Aquel que nos ha amado”. El hambre en el mundo es muchísima, pero el hombre de Dios es más grande que el hambre de alimentos.

Podemos voltear a ver alrededor del mundo y veremos las cosas que están sucediendo: guerras, violencia, muertes por todos lados, secuestros, separaciones de la familia, las demandas por muchas cosas, los jóvenes metidos en los vicios, y muchas cosas más sucediendo. Todas esas cosas son un grito desesperado hacia Dios. El mundo necesita del amor de Dios. Nosotros necesitamos de Dios.

Don Shwager, en la página web www.dailyscripture.net nos regala una muy buena reflexión, dice: “¿Qué cosa puede realmente satisfacer nuestra hambre más profunda y nuestros anhelos? A donde quiera que Jesús iba las multitudes se reunían alrededor de Él –la gente de toda clase de la sociedad- ricos y pobres, profesionales y obreros, incluso los marginados de la sociedad y los paganos ¿Qué los atraía a Jesús? ¿Era simplemente curiosidad o estaban buscando una curación? Muchos se sintieron atraídos hacia Jesús porque tenían hambre de Dios. El mensaje de Jesús acerca del Reino de Dios y, los signos y maravillas que el realizó trajeron una nueva esperanza y la expectativa de que Dios estaba actuando de una nueva y poderosa manera, para liberar a las personas del pecado y la opresión y hacerles llegar las bendiciones de su Reino”.

Ante el Santísimo Sacramento podemos encontrar descanso y paz. En el silencio Jesús nos habla y le habla a todo aquel que viene hacia Él. En el Evangelio de hoy escuchamos que “al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario”. Sin duda que Jesucristo pensó en tener un momento de soledad para pensar y meditar, para estar con el Padre Dios, su Padre, pero era tanto su amor por la gente que “Cuando Jesús desembarcó, vio aquella muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos”. Dios no descansa en el cuidado para con sus hijos.

Cuando estaba en mi primer año del Seminario no podía pagar mi colegiatura. El sacerdote que estaba a cargo de la administración nos pedía que le pagáramos. Yo no tenía dinero para hacer mis pagos mensuales y después de la tercera vez que nos dijo que pagáramos, tomé mis cosas durante el tiempo de deporte que casi todos andaban en las canchas y pensé en dejar el Seminario. Otro sacerdote me vio y me dijo: “Carmelo, cuida de las cosas de Dios y Dios cuidará de ti”. Volví mis pertenencias y continué. El resto de mi tiempo en el seminario, gracias a Dios y a muchos hermanos, tuve suficiente dinero para mis mensualidades.

La palabra de Dios nos satisface. Nuestro cuerpo siempre está insatisfecho con las cosas materiales. Cuando tratamos de satisfacernos con las cosas materiales, siempre desearemos más y más. La comida que  Jesús dio a la gente era sólo una prefiguración de la Eucaristía. En la Eucaristía, Jesús nos alimenta con su Cuerpo Santo y su Santa sangre. Por lo tanto, nuestras necesidades no solo busquemos satisfacerlas con lo material sino también con lo espiritual.

Jesús conoce todas las necesidades humanas y espera que cada uno de nosotros lo busquemos con un corazón humilde y se lo pidamos en nuestra propia oración. Dios escucha nuestra oración y nos responde a cada una de nuestras peticiones.

La Eucaristía es el alimento celestial. Glorifica a Jesús, que está presente en el Tabernáculo. Pide a Dios por tus necesidades. Todo lo que pidas en la oración, Dios te lo dará. Oremos juntos: “Lléname de gratitud por sus bendiciones y dame un corazón generoso para que yo pueda compartir libremente con los demás lo que tú, Señor, me has dado”. Amén.

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