TODOS LOS SANTOS

XXXI DOMINGO ORDINARIO

TODOS LOS SANTOS

Por Nuestro Párroco, el Padre Carmelo Jiménez

Celebramos este domingo 1ro de Noviembre la solemnidad de todos los Santos. Al decir todos los santos inmediatamente vienen a nuestra mente aquel santo o santa de quien somos devotos. Sí, a esos pocos santos conocidos celebramos también pero sobre todo recordamos a muchos más santos y santas que no los conocemos porque no han sido canonizados, que no dudo sean muchísimas más de los pocos que conocemos. Esta fiesta es una invitación a recordar a hermanos y hermanas que han vivido con fidelidad las enseñanzas proclamadas en el Evangelio. Esperando gozar con Cristo la vida eterna vivieron su vocación de: hermanos, hermanas, papa o mama, tíos, abuelos, sacerdotes, religiosas, religiosos, obispos e incluso papas. En la multitud que proclama el Apocalipsis, están ellos, nuestros familiares y amigos que se atrevieron a vivir la fidelidad a la buena proclamada por Cristo. En esos muchos santos desconocidos están: bebes, niños y niñas, jóvenes, ancianos, esposos y esposas, mártires ¿Quién no ha conocido gente Santa en la vida? ¿Gente buena, pacífica, servicial, caritativa? Por eso hoy celebramos su fiesta, porque aunque no estén en un altar, están gozando de Dios y contemplando su rostro santo.

“Vi luego una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos con una túnica blanca; llevaban palmas en las manos y exclamaban con voz poderosa: “La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero” (Ap 7: 9-10). Esa es nuestra esperanza de todos los que hemos puesto nuestra fe en Cristo Jesús, que por El podamos llenos a ser salvos, porque la salvación no nos lo ganamos por nuestros méritos sino que es don de Dios ganado para nosotros por Cristo a precio de Sangre. En Él, nuestros familiares y amigos depositaron su fe y confianza, por eso hoy estamos seguros que ellos gozan de Dios. Mons. Francois Xavier Nguyen Van Thuan en su libro “Vivir las virtudes” dice: “no se puede ser santo un día sí y un día no: una borrasca puede barrer las apariencias y revelar la realidad interior del pecado más allá de lo que se ve” (Vivir las Virtudes #44). Por eso un día celebramos a los santos y otro a los fieles difuntos, porque no todos son santos, pero sí los “que iban vestidos con la túnica blanca” de la gracia, el perdón y la misericordia de Dios.

San Juan en la segunda Lectura nos dice: “Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3: 2). En esta gran verdad de  ser Hijos de Dios se esconde el misterio de la santidad porque hace referencia directa a que lo más importante de la vida cristiana es ser, y no perder, la imagen de hijos de Dios. Muchos familiares nuestros, teniendo un temor de Dios, guardaron celosos el ser hijo o hija de Dios, y no permitieron que el pecado los tocara, y si por desgracia caían en pecado, buscaron reconciliarse con Dios.

En el Evangelio se proclaman las buenaventuras, con ellas se busca un auténtico esfuerzo por conquistar la gloria, la libertad y la paz. Se propone la pobreza que libera el corazón, la misericordia que lleva a las relaciones humanas la benevolencia y el perdón, la limpieza de corazón para juzgar y ser juzgados, la lucha por la justicia, porque Dios es justo. Se proclaman bienaventurados a muchos por haber decidido por la vida. Es una posibilidad de santidad que se debe vivir ya desde ahora, aquí en nuestra historia; no es para después de que todo haya acabado, cuando muramos, no. La santidad se inicia hoy para luego vivir eternamente con Dios.

¡Todos los Santos y Santas de Dios! ¡Rueguen por nosotros!

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