LA PALABRA DIVINA ES FUERZA Y LUZ

XV DOMINGO ORDINARIO

LA PALABRA DIVINA ES FUERZA Y LUZ

Por Nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez

Qué bonita combinación de a primera lectura para celebración dominical y el evangelio. La primera lectura nos habla de la Palabra de Dios y el evangelio nos narra la parábola del sembrador. Todo hace referencia a la Palabra de Dios como luz para nuestro diario vivir.

“Como bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, a fin de que dé semilla para sembrar y pan para comer, así será la palabra que sale de mi boca” (Is 55: 10-11a). Este texto se puede interpretar como la fuerza de la palabra de Dios que cambia la historia. Si hablamos de una teología de la Palabra de Dios, podemos afirmar que es la fuerza de la palabra profética como Palabra de Dios. Lo que se quiere poner de manifiesto es la dimensión creadora y transformadora de esa Palabra Divina. Los efectos de la Palabra divina son: salva, anima, consuela, juzga las injusticias y a los poderosos. Y puedo afirmar desde mi experiencia, que esa palabra llega de muchas formas y de muchas maneras por medio de los que ponen su confianza en El. Y desde esa confianza y energía, Dios actúa en la historia de cada persona y en el mundo entero.

Cuando dije que puedo afirmar desde mi experiencia, quiero recordar el primer momento vocacional. Llegamos del campo a casa, mi padre, mis hermanos y yo, todos mojados, nos bañamos y fuimos a comer a la cocina por ser el lugar más caliente y confortable. Es ahí cuando mi hermana, la mayor de todos me pregunto: ¿Carmelo, por qué no estudias para padrecito? Pregunte cuantos años de estudios y después de saber que eran muchos, me retire de ese lugar enojado. Nunca más se habló eso, pero la semilla ya estaba. Vino la muerte de mi padre y con ello, al poco tiempo el que yo iniciara a trabajar, eso me alejo de Dios y parecía que Carmelo estaba perdido. Y en el momento que menos me esperaba y de la forma más sorpresiva, por medio de la persona que nunca me imaginé, Dios se hizo presente en mi vida, cambiándola por completo, tomando nuevos rumbos en mi historia personal, llevándola hasta consagrarme sacerdote y hoy, acá estoy de misionero. Y vuelva a afirmar los efectos de la palabra de Dios: salva, anima, consuela, juzga las injusticias y a los poderosos.

“Una vez salió un sembrador a sembrar” (Mt 13: 3b). En el evangelio escuchamos la parábola del Sembrador, preciosa por todo su significado, pero hoy la reflexionaremos comparándola con la semilla-palabra. La semilla que cae en distintas tierras, que después se compara con distintas actitudes y momentos del ser humano, que debería ser Palabra de Dios en nosotros y nos ayude a conducir nuestra historia, creando una relación hermosa y llena de sentido con el Creador, y por supuesto con la naturaleza.

Juzgándola con nuestros ojos actuales es posible que busquemos la mayor de las cosechas, desestimando la cantidad menor en cosecha. Siempre queremos más y más, pero el profeta de Nazaret era menos perfeccionista y quería trasmitir confianza en la fuerza de Dios que nos llega por la palabra profética y por la parábola profética del sembrador. El sembrador sabe que no todo lo que siembra se recoge al final, sino que siendo más realista confía en la semilla que esparce, es decir, en la palabra que ilumina y que salva. Cuando alguien solamente ha podido entregar el 20, el 40 o el 60 de su vida, Dios no lo desprecia, sino que lo tiene muy en cuenta. Con este parágrafo del evangelio se entiende que la semilla es gracia; con la ley lo que vale es la producción.

Las lecturas de este domingo son para nosotros, la invitación de Jesús a vivir como él, movidos por el Espíritu Santo: con esperanza, fiándonos de Dios y no de las apariencias, y con fidelidad a su palabra. Si así lo vivimos y recibimos a Él, la Palabra de Dios dará fruto abundante en nosotros.

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