LA ESCATOLOGIA CRISTIANA

XXXIII DOMINGO ORDINARIO

LA ESCATOLOGIA CRISTIANA

Por Nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez

Estamos ya en el penúltimo domingo del Año Litúrgico. Las lecturas parecieran que fueran apocalípticas. El género apocalíptico se distingue de los sucesos catastróficos en la naturaleza, anunciando el final del mundo. Pero más bien, las lecturas, son de genero escatológico, lo cual nos llena de esperanza para la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo.

La primera lectura nos dice: “Ya viene el día del Señor, ardiente como un horno, y todos los soberbios y malvados serán como la paja. Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos” (Mal 3: 19a. 20). Hay que notar que la expresión de un fuego devorador recuerda las consecuencias de una guerra, pues todo queda arrasado por el fuego. Pero también es recuerdo del fuego que no se apaga nunca (la gehena). Esas son imágenes construidas alrededor del fuego como signo y plastificación del juicio que Dios dictará contra la humanidad infiel. Claro está que todas estas imágenes tienen una finalidad pedagógica y son elegidas para instruir a un pueblo rudo que necesita la visualización de todo para comprender el contenido. La historia humana camina hacia un punto final en el que se producirá una transformación total hasta la purificación.

En el evangelio escuchamos la destrucción del templo de Jerusalén como anticipación de la destrucción del mundo entero. “Jesús dijo: ‘Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido’” (Lc 21: 5-6). Esta lectura está centrada en anunciar el final de todo, pero como una preparación al recibimiento del Rey que volverá para juzgar todo. El templo de Jerusalén fue construido por Herodes el Grande. Una obra de proporciones inmensas. A Herodes le gustaba las construcciones sólidas, monumentales y brillantes en toda la comarca de su reino e incluso fuera de sus fronteras para agradar a los romanos. Hay, aun ahora, restos que todavía se pueden contemplar en Jerusalén que lo certifican. La palabra de Dios afirma que este mundo tiene un final imprevisto.

“Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin” (Lc 21: 8-9). La tarea mesiánica de Jesús se acomoda al proyecto de Dios en el que no existía la entronización del Mesías como un guerrero militar y un rey victorioso por las armas, que arrojaría de la tierra santa a los enemigos y paganos para establecer un reinado temporal teniendo a Jerusalén como capital y centro. Pero aun conociendo a Jesús seguían surgiendo falsos Mesías que pretendían ser el verdadero. Si eso paso en tiempos de Jesús, teniéndolo a él en medio de ellos ¡Imagínense ahora!

El evangelio de san Lucas fue escrito después de la destrucción de Jerusalén. Por eso, su advertencia estar alertas para no dejarse arrastrar y seducir por el primer postor es mucho más fuerte. El fin está reservado en el secreto del Padre, que ni Jesús mismo lo conoce. Mientras tanto hay que entregarse a la tarea y a la misión de evangelizar al mundo animados por una gran esperanza. San Lucas entiende que la vuelta del Señor se producirá, pero más tarde; mientras tanto deben prepararse para la paciencia y el aguante tenaz y firme como colaboradores inseparables de la esperanza cristiana.

La escatología es una actitud de testimonio y aguante paciente hasta el final. La gran promesa para durante la espera es: “Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes” (Lc 21: 14-15). También hoy es necesaria esta presencia de Jesús y del Espíritu para que los discípulos sigan adelante en su tarea de testigos en medio del mundo. Que Dios nos conceda su Espíritu Santo durante nuestro tiempo de espera, para nunca desfallecer en nuestro testimonio de fe y amor para con nuestros hermanos.

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