LA EPIFANIA DEL SEÑOR

LA EPIFANIA DEL SEÑOR

Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez

Celebrar la Epifanía del Señor es lo mismo decir que es una Teofanía, lo cual podremos traducir como la auto-revelación del Señor. Yo podría afirmar que es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo. Me encanta recordar la oración que en secreto dice el sacerdote al mezclar un poquito de agua con el vino durante el ofertorio: “el agua unida al vino, sea nuestra participación en la divinidad de Aquel que ha querido participar de nuestra condición humana”.

Estamos en un tiempo cuando llevamos nuestro celular a todos lados, porque queremos estar conectados. En el Facebook se lee todo tipo de historias, muchos lo usan como confesionario, otros ponen cada momento de su vida, perdiendo toda privacidad. Pues bien, Dios Padre se comunica con la humanidad a través de su Hijo que se encarna, y se manifiesta para el mundo entero como el Salvador. Dios pierde su privacidad por amor, por darse a conocer a nosotros. La manifestación se da en dos momentos: la visita de los magos, ellos simbolizan a la presencia de la humanidad frente a Él, y en el bautismo de Jesucristo, donde Dios Padre manifiesta la identidad divina de su Hijo: “Este es mi hijo muy amado” (Mt 3: 17).

“Levántate y resplandece, Jerusalén, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti” (Is 60: 1). El profeta Isaías hace una invitación a Jerusalén a levantarse. El papa Francisco constantemente ha repetido: a salir de nuestras clausuras, a salir de nosotros mismos, y a reconocer el esplendor de la luz que ilumina nuestras vidas y a manifestar a muchos más ese esplendor: una iglesia en salida. Necesitamos de esta luz que viene de lo alto para responder con coherencia a la vocación que hemos recibido. Anunciar el Evangelio de Cristo no es una opción más entre muchas otras posibles, ni tampoco una profesión, es nuestra vocación como iglesia. El mundo necesita la luz de Cristo.

“¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo” (Mt 2: 2).  Estoy de viaje en la Tierra Santa y tuve la oportunidad de presidir la Santa Misa en la Basílica de la Natividad.  Todavía está allí en Belén el Niño Dios que pertenece al patriarcado latino de Jerusalén que será llevado de regreso el día 6 de enero.  Los magos de oriente buscan y preguntan, una y otra vez, hasta llegar a donde está Jesús. La estrella los guía, y ellos a pesar de su sabiduría saben dejarse guiar. Hoy, necesitamos tener la humildad para buscar a Cristo como nuestra única salvación, no importa nuestros conocimientos, nuestras posesiones, importa que como San Gerónimo afirmaba, la humildad para acercarnos a quien es la fuente de salvación: Jesús.

“Advertidos en sueños de que no debían volver a donde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino (Mt 2: 12). En la Iglesia de la Visitación existen 3 pinturas, una de ellas da a conocer qué pasó con San Juan Bautista ante el exterminio de niños: fue escondido en cuevas y proteg’ido por un ángel, porque de otra manera también él hubiese muerto. Los magos entienden cada señal que Dios les da, y someten sus vidas a la voluntad de Dios. Adorar al niño Dios es someter todo nuestro ser a su voluntad.

Seamos agradecidos con Dios por tomar nuestra condición humana para honrarla. Adoremos a Cristo, cumpliendo su voluntad, haciendo todo conforme Él lo haría. Que nuestra iglesia se fortalezca para amar y servir a Cristo en los más desprotegidos. Amén.

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