LA ALEGRIA DE LA PRESENCIA DE CRISTO

III DOMINGO DE ADVIENTO

LA ALEGRIA DE LA PRESENCIA DE CRISTO

Por el Nuestro Párroco, el P. Carmelo Jiménez

Como todos los años, el tercer domingo de Adviento se distingue por el anuncio de la alegría. Una alegría que no es por cosas pasajeras sino por la presencia salvadora de Dios en medio de su pueblo.

El profeta Sofonías anuncia a su pueblo: “El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador,
está en medio de ti Él se goza y se complace en ti; Él te ama y se llenará de júbilo por tu causa,” (Sof 3: 17). Dios camina con su pueblo, en medio de su pueblo. Sin dejar de ser el Dios trascendente y santo, quiere acompañar a su pueblo en su peregrinaje histórico. Pero su presencia es salvadora, presencia bienhechora en favor del pueblo. Por eso llega la verdadera alegría a todos los hombres. Es la alegría del auxilio en el momento oportuno y de la presencia de alguien poderoso que se interesa por nuestras cosas. Dios está presente, pero quiere suscitar en cada persona la búsqueda. Respeta la dignidad del hombre, respeta su responsabilidad, pero le invita insistentemente a su encuentro. Utilizando una forma muy humana afirma el profeta: “Él se goza y se complace en ti”, te ama y se alegra con júbilo como el día de fiesta. En la espera del regreso glorioso del Señor, la Iglesia debe proclamar que el Señor sigue en medio de su pueblo para afianzar su camino.

Hace dos años atrás estaba en Bowling Green, en la parroquia de San José, y también estaba haciendo su año pastoral el ahora Diacono Jaime (quien es ciego). Al acercarse la celebración de Nuestra Sra. Guadalupe me contó sus preparativos para celebrarla en el Rancho de sus Papas. Él es un fanático de los trenes, así que su cuarto es un cabús (último vagón) y además tiene un pequeño tren en su rancho. Ese año Jaime preparó un gran festejo en su casa: 13 de diciembre, vísperas solemnes cantadas en honor de Santa Lucia y, sábado 14 de diciembre, procesión con la Virgen de Guadalupe en su tren, durante la procesión el Santo Rosario. Cuando regresó Jaime de casa, volvió muy gustoso porque todo había salido bien. Su rostro resplandecía cuando platicaba lo que realizó, se notaba una verdadera alegría. Orgulloso compartió una foto conmigo de su altar a la Morenita del Tepeyac, yo lo resumo, simple y sencillo pero bonito y significativo el altar. Curioso pregunté, porque estaba hablando de la procesión como algo muy grande ¿Cuántos estuvieron contigo? Me respondió: mi perra Bernadeth, yo y mi tren.

“Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (Lc 3: 16). Juan el Bautista nunca realizó milagros; se limitó a predicar, a denunciar, a exhortar y a dirigir la mirada de todos a los más débiles como condición imprescindible para recibir al Mesías. Esos serán signos inequívocos del verdadero Mesías. Por eso la gente deduce la posibilidad de que Juan fuera el Mesías. Pero Juan, honrado y veraz, clarifica la situación y saca a las gentes de su error: él no es el Mesías, sino Otro que pronto aparecerá. Ésta es la grandeza de Juan no estar en el centro. Supo estar y ceñirse a la misión que se le encomendó. Lección para nuestro mundo, para las relaciones humanas en nuestra sociedad de hoy.

Las lecturas nos hablan de una felicidad y alegría que nunca se acaba porque viene de lo alto, de la paz en el interior que da el saber que hicimos bien las cosas. De la tranquilidad que da el saber que la condena del pecado fue abolida por la presencia de Dios en medio de nosotros. La alegría del saber que el Mesías viene a salvarnos. La alegría de que Cristo vive, y que tú y yo hicimos lo que él nos pide.  Esa alegría que no se compra con cosas.

Que la presencia de Cristo en medio de nosotros, nos llene de alegría. Que el cumplir con las obras de misericordia agranden nuestra alegría. Y que esa alegría permanezca siempre en nuestros corazones.

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