II Domingo Ordinario

FrCarmelo3II DOMINGO ORDINARIO

TESTIMONIAR NUESTRA FE

Por el Padre Carmelo Jimenez

 

Las lecturas para este  domingo nos hacen volver la vista al tema de la Evangelización en la iglesia, tema muy escuchado en estos últimos días. San Juan en el pasaje que escuchamos afirma: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquél de quien yo hablé”. Juan es verdadero en su testimonio: “yo no lo  conocía”, pero lo señala y afirma lo esencial de Jesucristo y nos da la primera pauta para la evangelización: testimoniar lo que creemos y vivimos. 

Juan anuncia a sus discípulos a quien viene después de él. No se anuncia así mismo. Está consciente que sólo es profeta, que tiene la gran misión de dar a conocer al Señor de señores. El Papa Francisco ha invitado de muchas formas a no ser cristiano de sacristía sino cristiano que sale a las calles, en la exhortación apostólica El Gozo del Evangelio dice que la iglesia “siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá́”, y llevar a los demás la esperanza que este o esta hermana está viviendo, haciendo que los demás  tengan esperanza y los deseos de conocer y encontrarse personalmente con Cristo, quien viene a salvar.

Muchas veces hablamos del kerigma -no carisma- que se define como el primer encuentro personal con Jesucristo vivo. Muchos de nosotros hemos tenido  experiencia de Iglesia, de catequesis, de grupos de oración, pero no hemos tenido un encuentro personal con el Salvador: Jesucristo. Muchos de nosotros conocemos mucho de Dios y de Cristo, pero nos hace falta la              humildad de reconocer en su totalidad a Cristo como el Mesías Salvador. En la oración, de rodillas frente al Santísimo, en la Eucaristía, en el estudio de la Biblia, la piedad popular como el Rosario y las novenas, en los  retiros espirituales, es donde conoceremos más y más a Jesucristo. Es en esas actividades donde nos encontramos personalmente con El que es la vida y la esperanza de todo el que cree en él, todo es si abrimos nuestro corazón y lo recibimos como nuestro Señor.

San Pablo escribe a los hermanos de Corinto e inicia diciendo: “Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios”. Él ha experimente ese encuentro con Cristo, personal, en la caída del caballo, lo llama Señor, y no lo ve, pero sabe perfectamente que es El quien ha salido al encuentro. Pablo cree, cambia y se convierte en apóstol, no por mérito suyo, sino que Dios lo llama y lo envía a dar testimonio. Llega a afirmar de sí mismo: “yo que soy como un aborto” por lo que él había hecho. Pero a pesar de su forma sentir, también agradece a Dios que haya salido al encuentro de este, y desde ese momento “alaba y adora al Dios de Israel”, al verdadero Dios por quién se vive.

Así cómo Juan el Bautista, así como Pablo el Apóstol, así como los santos se encontraron con Cristo y después testimoniaron su fe, su alegría y se convirtieron en discípulos evangelizadores también nosotros le demos nuestros corazones al Señor y seamos verdaderos cristianos que compartimos al mundo la fe y la alegría de la salvación.

Hermano y hermana, abre tu corazón a la  misericordia divina y deja entrar más y más a Jesucristo vivo, glorioso, resucitado en ti. Déjalo que te libere de las opresiones que el pecado te ha dado. Deja que Cristo entre a tu corazón y sane las heridas que en nuestra historia personal tenemos. Déjalo entrar y dale todas tus tristezas para que él te lo convierta en alegrías. Porque Él es “el cordero de Dios, quien quita… el pecado”. Permite hermano y hermana encontrarte con Jesucristo personalmente y transforme tu vida. Amén.

 

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