EL TESORO Y LA PERLA ENCONTRADOS

XVII DOMINGO ORDINARIO

EL TESORO Y LA PERLA ENCONTRADOS

Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez

El evangelio para este domingo continúa siendo del capítulo 13 de San Mateo, él es cual es conocido por las parábolas del Reino. Se compara el Reino de Dios con el sembrador, con el trigo y la cizaña, con el grano de mostaza, con la levadura, con el tesoro escondido, con la perla fina y con la pesca que se selecciona. Después de esas parábolas, debería haber crecido nuestro deseo de llegar a gozar del Reino y un día ser santos.

En la primera lectura encontramos la oración de Salomón en Gabaón. “Señor, tú trataste con misericordia a tu siervo David, mi padre; tú quisiste, Señor y Dios mío, que yo, tu siervo, sucediera en el trono a mi padre, David. Pero yo no soy más que un muchacho y no sé cómo actuar” (1 Rey 3: 6a. 7). Esa fue una oración desinteresada, orientada al bien de todos y refleja la generosidad de aquel espíritu que se ve liberado por la acción de Dios. Un espíritu liberado y agradecido por lo que Dios le ha dado, consciente de su responsabilidad, y dispuesto a llevarla a cabo con valentía. ¡Que valiente oración! Un corazón que escucha es un corazón sabio, y así poder discernir entre lo malo y lo bueno. El sabio, es como el profeta que está abierto a la voz de Dios y a su voluntad. No es profeta el que anuncia el futuro como un adivino que echa las cartas, sino quien sabe escuchar la voz o los silencios de Dios para entregarlo todo después a los hombres.

El evangelio para este domingo nos narra tres parábolas, pero voy a centrarme en el tesoro del campo y la perla. “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra” (Mt 13: 44-46). Son como dos parábolas en una, aunque pudieran ser independientes en su momento. Las dos parábolas, tras una introducción idéntica, narran el descubrimiento de algo tan valioso que los protagonistas (un hombre cualquiera y un comerciante) no dudan ni un instante en vender todo lo que tienen para adquirirlo.  Es verdad que en la primera parabola hay un elemento de sorpresa, porque es como el hombre que está en el campo y encuentra el tesoro por casualidad. En el caso del mercader que recorre los bazares o tiendas, y sin duda, que siempre espera encontrar algo extraordinario. Las dos comparaciones es con el Reino de Dios. ¿Es que el Reino de Dios es como un tesoro? Claro que sí. Porque encontrar el Reino-Tesoro es encontrar la gracia y la salvación, la felicidad y el amor que Jesús ha predicado y que se ha convertido en causa de vida y de entrega generosa.

“A quienes predestina, los llama; a quienes llama, los justifica; y a quienes justifica, los glorifica” (Rom 8: 30). Pero ¿verdaderamente estamos predestinados?  ¿A que estamos predestinados? No olvidemos que en el texto se está hablando única y exclusivamente del designio de Dios; es decir, Dios tiene sobre toda la humanidad el designio de lo que ya ha realizado en su Hijo: la resurrección, que se expresa mediante ese término de la glorificación.

La oración sincera es la que procura un encuentro con Dios, y desde ahí se transforma el corazón, consiguiendo la perla y el tesoro de la gracia. Si hemos sido predestinados, llamados y justificados, vivamos los mandamientos y amemos a Dios, y seremos glorificados.

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