El Cuerpo y Sangre de Cristo

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE JESUCRISTO

Después de concluir las fiestas Pascuales, la Iglesia nos propone celebrar dos grandes Solemnidades como transición al tiempo ordinario: la Santísima Trinidad y el Cuerpo y la Sangre del Señor. Esta segunda solemnidad que regularmente es celebrada el jueves después de la Santísima Trinidad es traslada al domingo en algunos lugares, según disposición de los obispos, para celebrar en comunidad y profundizar en ese gran banquete, banquete que es: precioso, admirable, saludable, y todo lleno de suavidad. Cada domingo la comunidad cristiana se reúne para celebrar, como familia, ese banquete, que se convierte en centro y culmen de la vida.

La secuencia para este día dice: “Bajo símbolos diversos y en diferentes figuras, se esconden ciertas verdades maravillosas, profundas”. Hay experiencias en la vida que necesitan ser ahondadas y ser saboreadas, de otra manera no se entiende ni se conocen. Por eso, es preciso mirar con mayor amor y atención, con adoración, al sacramento de la Eucaristía, que es un reflejo del misterio de Dios. Un Dios lleno de amor que ha decidido quedarse sacramentalmente en medio la humanidad, como prueba de ese amor.

La primera lectura tomada del libro del Deuteronomio nos dice: “Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Deut 8: 3). El maná ha sido el símbolo del alimento divino en la biblia. La simbología bíblica del maná, tiene un peso especial, unido a la libertad, a la comunión en lo único y más básico para subsistir y no morir de hambre: era el pan de todos. Digo unido a la libertad porque Dios los rescató de la esclavitud, y durante la travesía del desierto les mostró su fidelidad. El maná era un alimento para el desierto y del desierto, aunque la leyenda espiritual lo haya presentado como alimento venido del cielo.

Una cosa importante que el pueblo de Israel tuvo que aprender era la confianza en la providencia divina, ya que el maná era solamente para el día, sin estar preocupados por el día siguiente y por los otros días. Y era inútil guardarlo, por la situación de calor del desierto, ya que llegaba a pudrirse. En el desierto, el israelita era llamado a la fe-confianza.

La segunda lectura siendo tan corta es preciosa: “El cáliz de la bendición con el que damos gracias, ¿no nos une a Cristo por medio de su sangre? Y el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo?” (1 Cor 10: 16). Este texto expresa uno de los aspectos más grande y común sobre la Eucaristía: la Comunión. San Pablo quiere corregir divisiones en la comunidad de Corinto. La participación en la copa eucarística (el cáliz de bendición) es una participación en la vida que tiene el Señor; la participación en el pan que se bendice es una participación en el cuerpo, en la vida, en la historia de nuestro Señor. Dios nos une por medio le copa y pan de bendición, a su misma vida divina.

“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día” (Jn 6: 54).  San Juan entiende que comer la carne y beber la sangre (estos dos elementos eucarísticos) lleva a la vida eterna. Los santos padres hablaron mucho sobre la medicina de inmortalidad, y lo que recoge Sto. Tomás en su antífona del “O sacrum convivium” como “prenda de la gloria futura”. Y es que la eucaristía debe ser para la comunidad, para cada individuo, un verdadero alimento de resurrección  El jueves pasado, ustedes saben que falleció mi abuelita, quien había tomado el papel de madre. Su agonía inició como a las 6:00 pm, y recibió la Unción de Enfermos y una hora después la sagrada Comunión, después de eso se fue quedando dormida, muy en paz. ¿Quieres vivir para toda la eternidad? Ahora se nos adelanta en el sacramento la vida del Señor resucitado, y se nos adentra a nosotros, peregrinos, en el misterio de nuestra vida después de la muerte.

La Eucaristía toca a nuestra existencia desde la celebración agradecida, la adoración rendida y el compromiso fraterno. El Corpus Christi nos invita a la caridad, y hoy especialmente nos recuerda que somos llamados a la comunión-comunidad.

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