DOMINGO DEL CONSUELO Y LA ESPERANZA

II DOMINGO DE ADVIENTO

DOMINGO DEL CONSUELO Y LA ESPERANZA

Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez

Las lecturas para este domingo II de Adviento nos trae palabras cálidas, restauradoras, compasivas, dirigidas al corazón. Hemos estado orando por varios hermanos que no conocemos en nuestra parroquia, pero que sus familiares son parte de nuestra familia parroquial. Con ellos celebramos cada momento de avance en la salud de sus seres queridos. Pero junto a eso, con tristeza vemos como el cáncer invade a algunos de nuestros seres queridos, muchos de ellos ya lo habían tenido y otros por primera vez. También muchas otras enfermedades que hacen que nuestros hermanos y hermanas se postren en cama y dependan de quienes están alrededor para sus necesidades, y otros los llevan al Asilo de Ancianos. Las enfermedades no solo afectan a una persona sino a la familia completa. Y quitando fuerzas poco a poco, tanto al enfermo como a los familiares se vuelve una carga pesada, y algunas veces desesperante. Unido a eso la violencia, los asaltos, la inseguridad, las drogas y los jóvenes sin sentido de la vida. Todo ese parecería el silencio de Dios, pero nunca nos ha olvidado. El profeta Isaías nos recuerda las palabras de Dios: “Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice nuestro Dios” (Is 40: 1).

“Sube a lo alto del monte, mensajero de buenas nuevas para Sión; alza con fuerza la voz, tú que anuncias noticias alegres a Jerusalén”  (Is. 40: 9).  Adviento no es un tiempo para quedarnos cruzados de brazos, dejarnos caer sin esperanza, y quedarnos en el lamento, sin consuelo. El profeta Isaías y Juan el Bautista nos urgen a trabajar, a emprender una obra de reconstrucción: trazar en la estepa un sendero para el Señor, rellenar los valles y aplanar montañas y colinas, convertir en llanuras los terrenos escarpados. Prepararnos para la gran llegada del Señor. “Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias” (Mc 1: 1).

La Diócesis de Owensboro, en la cual estoy realizando mi ministerito sacerdotal, nos está llamando a un proceso de Discípulos Misioneros, que se realizará en un proceso de 4 años. Este primer año es de Encuentro con Jesús (de manera especial en la Eucaristía) para que al final de dicho proceso cada uno se sienta Discípulo y enviado a anunciar la Buena Nueva. Lo mismo que nos invitan estas lecturas: primero a preparar el camino para la llegada de Jesús a nuestras vidas, un encuentro personal con Cristo. Segundo, después de escuchar nosotros las palabras de consuelo y esperanza de Jesús, poder anunciarla desde lo alto de los montes a muchos hermanos nuestros. Pero hoy los montes son: los que se sienten alejados de Dios, los jóvenes que han perdido el sentido de la vida, los asilos de ancianos y hospitales, y nuestros hermanos enfermos.

“Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo” (Mc 1: 8). El bautismo de Juan y el bautismo cristiano están diferenciados por el Espíritu; no se trata solamente de penitencia. Los que seguían a Juan debían renunciar a su pasado. Los que siguen a Jesús, además de eso, tendrán un espíritu nuevo.

La única Navidad que consuela es saber que Dios nos abraza a todos por medio de su Hijo, a todos nos perdona y con todos camina, a pesar de que nuestros ojos no lo noten. Llevemos amor, consuelo, esperanza y paz a quien más lo necesita.

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