DOMINGO DE RESURRECION

DOMINGO DE RESURRECION

Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez

Con la Vigilia Pascual se celebra el fundamento de nuestra fe, según atestigua san Pablo: “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1 Cor 15: 14). Ha resucitado y es proclamado con el solemne “aleluya”. Tiene, la vigilia y todo el tiempo pascual, un claro carácter bautismal: era el momento del bautismo y es para los bautizados el momento de renovar las promesa del bautismo. Es como momento de reiniciar nuestra fe y nuestra condición de cristianos. El bautismo es pasar de la oscuridad a la luz, por eso, en la vigilia Pascual, previo al rito bautismal es la bendición del fuego que produce calor y luz y se proclama la luz de Cristo, significado en el cirio pascual.

El texto de Juan 20:1-9, que proclamamos en la mañana del Domingo de la Resurrección, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Jesús se había presentado como la resurrección y la vida. María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía.

Es verdad que San Juan es un autor detallista a lo largo del evangelio. Parece ser que todo responde a la afirmación de María Magdalena “se han llevado el cuerpo del Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20: 2b). Y esta expresión responde a la noticia emanada de los judíos de que los discípulos habían robado el cuerpo del Señor, pero que no había resucitado de entre los muertos. La abundancia de detalles subraya la veracidad de la resurrección. Cuando se roba un cuerpo de un sepulcro no se pone tanto cuidado en dejar las ropas que llevaba de la manera que refiere el evangelista. Se lleva todo y se desprenden piezas que quedan desordenadamente, no importa los detalles, se quiero un objeto u objetivo. Pero San Juan nos indica los detalles en orden. Por lo tanto, no se lo han robado, la verdad es que ha ¡Resucitado!

“Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20: 8-9). Es el momento del Discípulo Amado que ve los “signos” y cree en que Jesús estaba vivo de otra forma y para siempre. Se quiere afirmar a la vez el realismo y la trascendencia de la resurrección de Jesús. También forma parte de la fórmula de fe que nosotros profesamos: “resucitó al tercer día según la Escrituras”. Las Escrituras son la expresión literaria del proyecto de Dios. Dios cumple su plan a pesar de todas las resistencias. Y lo ha cumplido devolviendo la vida a su Hijo hecho hombre y, en comunión personal con El, a todos los hombres.

La vida humana encuentra en Jesús resucitado la respuesta al interrogante más hondo incrustado en la intimidad del hombre: el anhelo de vivir y vivir siempre y feliz. La fe en la resurrección, nos propone una calidad de vida, nada que ver con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. Contemplemos los “signos” del sepulcro vacío y cada uno de los detalles acomodados y meditemos las Escrituras, en orden de un encuentro personal con Cristo vivo, glorioso y resucitado, que nos da la esperanza de una vida eterna con El, en su gloria.

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