V DOMINGO DE CUARESMA
“YO SOY LA VIDA”
Por Nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
Entramos en la última semana de esta Cuaresma y lo hacemos con una petición: la ayuda de Dios para vivir del mismo amor que llevó a Jesús a entregar la vida por todos. Haciendo un recuento de los temas que nacen de los evangelios leídos durante los domingos de cuaresma nos encontramos con una gran riqueza y manifestación de amor y misericordia, derramada hacia nosotros.
Mi reflexión estará basada en el evangelio: el evangelista no duda ni un instante de que Jesús ha devuelto a la vida a su amigo Lázaro; pero ¿cómo lo interpreta y qué significa eso? Qué bonito y poderoso suena el relato de la resurrección de Lázaro, pero eso no interesa tanto sino el misterio de la muerte y de la vida que tiene su fuente en la misma persona de Jesús. Se trata de lo que los hombres anhelamos y buscamos, y de lo que Dios ofrece. “Al oír esto, Jesús dijo: ‘Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella’” (Jn 11: 4). Si nos fijamos bien, no se nos quiere relatar solamente los acontecimientos de la resurrección de Lázaro, lo cual se trata de un simple volver a la vida, sino aprovechar esta coyuntura para ahondar en lo que Jesús significa para la fe cristiana y muy concretamente ante el misterio de la muerte.
La narración del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro, gravitan en torno a la expresión del don de Dios: la luz y la vida. En el primero, la luz verdadera, Jesús, quien se enfrenta con las tinieblas del pecado; la luz en los ojos del ciego no fue sino el signo de la otra luz que le fue dada: la fe. Y en el relato de este domingo, el que regala la vida a Lázaro, está en camino hacia la muerte, va hacia Jerusalén. Y la vida que aparece de nuevo en el cuerpo de Lázaro no es más que el signo de la otra vida, la del creyente, la que Dios dará a todos a partir de la resurrección salvadora de su Hijo.
“Cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba” (Jn 11: 6). Jesús se entera de que está enfermo su amigo. Pero Jesús no se mueve sino que se retarda para dar tiempo a que muera. Jesús quiere enfrentarse con la muerte tal como es, y tal como la consideran los hombres: una tragedia. La muerte, pues, tiene un doble sentido: a) la muerte física, que no le preocupa a Jesús y b) la muerte como misterio, de la que Jesús libera.
Hemos vivido en Sebree, Ky, una semana de muchos eventos tristes para muchas familias parroquianas. Experimentado la muerte muy de cerca, en circunstancias muy variadas. Lo cual nos hace pensar en nuestra hora de entregar cuentas delante de Dios. Esto nos lleva a pensar ¿estoy preparado para la muerte? ¿A esta clase de muerte se refiere Jesucristo en el evangelio?
“Fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: ‘Ya vino el Maestro y te llama’… Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar allí y la siguieron” (Jn 11: 28. 31). Los judíos no creyentes no han podido encontrar en Dios toda la fuerza de la vida, porque buscaban algo que superaba la razón y que solamente se puede encontrar en la fe en la persona de Jesús. Ellos no han logrado esperanzar a las hermanas de Lázaro.
“‘¿Dónde lo han puesto?’ Le contestaron: ‘Ven, Señor, y lo verás’. Jesús se puso a llorar” (Jn 11: 34-35). El evangelista no quiere presentar nunca solamente al hombre Jesús, sino a Jesús Señor. Quiere decir que el Señor, a todos los que están muertos en razón de la ley humana y en razón de sus mismos pecados, no los abandona, aunque estén cuatro días en la tumba. Uno más, para significar que pasado tres días, ya es cuando al cadáver se le daba por perdido.
Ningún hombre está perdido ante el Señor. El que verdaderamente da la vida es el Señor, y entonces Lázaro revive. Esta resurrección de Lázaro no tiene sentido más que a la luz de la misma resurrección de Jesús. Jesús ya puede ir a la muerte, porque la muerte física no es obstáculo para la vida eterna. Con ello se logra preparar a los fieles para que entiendan, que la muerte física no puede destruir al hombre. Que la Cruz, viene a ser el comienzo de la vida, por la acción verdaderamente resucitadora de Dios.
Que Dios conceda a nuestros hermanos difuntos la gracia de la vida eterna y nosotros el prepararnos para ella. Amen