TU ERES PEDRO Y SOBRE ESTA ROCA…
Por Nuestro Párroco el Padre Carmelo Jimenez
Para este domingo comenzaré mi reflexión copiando una parte de la segunda lectura: “En efecto, todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por El y todo está orientado hacia El”. Ciertamente todo cuanto somos y tenemos lo hemos recibido de Dios. Muchas veces nos olvidamos de que todo es don y gracia de Dios. Nos acostumbramos a tener esto o aquello, como por ejemplo: la vida, la respiración, los alimentos, a ver el amanecer y el atardecer, ver y contemplar los animales, la naturaleza, etc. Y hemos perdido la gracia de admirar y contemplar las cosas y los seres humanos, y con ello perdimos la gracia de alabar y bendecir a Dios. San Pablo, continua la carta a los Romanos: “A Dios la gloria por los siglos de los siglos”.
Una de las grandes cosas que no solo individual sino colectivamente se ha perdido es la fe. San Pedro es el primer Apóstol en reconocer a Jesucristo como el Mesías, el Hijo de Dios, quien tendría que venir a salvarnos. Jesucristo reconoce que Pedro ha tenido una revelación divina, y que sin duda era el inicio de un gran proyecto de salvación: la Iglesia. Jesucristo le dice a Pedro: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos!” Lo primero que tenemos que agradecer a Dios Padre es que haya enviado a su Hijo, porque sin su venida no tendríamos salvación. Lo segundo en agradecer es la fundación de la Iglesia sobre los apóstoles, a la cabeza Pedro: “Y Yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Lo tercero en agradecer es la fe que a cada uno de nosotros nos ha dado y la que nos sostiene en muchos momentos de la vida. Otra cosa que hay que agradecer son los sacramentos, signos salvíficos, instituidos por Jesucristo, confiados a la Iglesia y que son para bien de los fieles.
Hace algunos años atrás en una celebración no recuerdo de que era, se acercó una señora y me dijo: “¡me regala una bendición padre, que hoy cumplo 25 años de ser católica!” Yo me quedé admirado de eso, que seguía maravillándose de su fe y bien orgullosa de ello. Le pregunté qué era lo que había hecho que ella se quedara en la iglesia católica y no profesando su fe en otra iglesia. Ella, sin titubear me contestó: “los sacramentos”. Ella ya era una mujer de fe, creía en Jesucristo, pero le faltaba algo más: los sacramentos, y cuando los encontró, nunca más se alejó. Me consta que es de misa diaria, que va a la reconciliación, que ha recibido la unción de los enfermos, que amó hasta el último día de vida a su esposo, es decir, que vivió su sacramento del matrimonio. Cada uno de los sacramentos los valora y vive lo que puedo, pero incluso el sacerdocio, no lo puede recibir pero cuida y respeta a los sacerdotes. En la lectura del Evangelio de hoy escuchamos a Jesús decirle a Pedro: “Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.
Pedro es sinónimo de piedra, es decir roca. Nuestra fe tiene que ser tan firme en Jesucristo porque él lo fundó sobre la roca, de tal manera que él mismo promete a Pedro que “los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella”. Es cierto que nuestra fe tiene que ser probada pero no por eso desanimarnos y alejarnos de Dios. Sino confiar que solo por Jesucristo podremos alcanzar la salvación.
Voy a concluir esta pequeña reflexión invitándolos a alabar y a bendecir a Dios por las maravillas que hace alrededor nuestro. Junto con el apóstol Pedro decir: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios” en quien confiamos y a quien seguimos. Y con el apóstol Tomas decir: “Dios mío, Señor mío”. Dios nos conceda la gracia de maravillarnos ante las cosas y personas, y ser agradecidos siempre, para con Dios y para con mis hermanos. Amen.