III DOMINGO DE ADVIENTO
VIVAN SIEMPRE ALEGRES
Por Nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
En este tercer domingo de Adviento el ambiente sobrio propio de preparación a la navidad se ve interrumpido por el anuncio de la alegría. Una alegría que da la esperanza cierta en quien deja el cielo para venir a hacerse semejante a nosotros en todo menos en el pecado. Si tenemos que nombrar de alguna forma este domingo yo diría que es el domingo del júbilo.
“El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado” (Is 61: 1a). El profeta tiene claro su envío a proclamar: la buena nueva, el perdón y la libertad, a curar, y anunciar el año de gracia. Este texto es uno de los más conocidos, porque el evangelista san Lucas lo ha aplicado con acierto a lo que Jesús leyó en la sinagoga de Nazareth (comparar Lc 4,16ss). En nuestra lectura, tal como sucede con la cita de san Lucas en la sinagoga de Nazaret, se descarta la venganza de Dios y solamente se anuncia el tiempo favorable.
Todas las promesas anunciadas desde antiguo encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, por eso el futuro de nuestras vidas, está en las manos de Dios, y ahí no caben venganzas ni calamidades. En la lectura evangélica de hoy nos describe a Jesús, él que ha de venir. Si el evangelio, si el Adviento en este caso, no es una buena noticia para los pobres, los ciegos, los que sufren, entonces no es un verdadero Adviento cristiano.
La segunda lectura de este domingo, insiste en la alegría como motivo predominante de la liturgia de hoy. El v. 16, “semper gaudete” (siempre alegres) ha dado nombre a este tercer domingo de Adviento. La Navidad está a las puertas y la alegría, como impulso del Adviento, siempre ha sido el perfil de identidad de este domingo. Celebramos el martes pasado (12 de diciembre) a nuestra Señora de Guadalupe, y quienes vienen a adornar la iglesia lo hicieron tan bonito, que decidí dejar esos arreglos hasta este domingo para manifestar nuestra alegría. Alegría porque nos sabemos ciertos del amor de Dios. Alegría porque quien es grande lo deja todo por buscar nuestra pobreza. Pablo pone de manifiesto, las actitudes fundamentales del cristiano ante las cosas importantes fundamentales: siempre alegres, en acción de gracias a Dios, y no apagar el Espíritu para poder discernir lo malo de lo bueno: “Que el Dios de la paz los santifique a ustedes en todo y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable hasta la llegada de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes 5: 23).
El evangelio de hoy es una confesión de Juan el Bautista sobre Jesús. El Bautista no era la luz, como algunos discípulos suyos pretendieron y como escuchamos en la polémica de este texto. Juan el Bautista venía como precursor, como amigo del esposo. “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías” (Jn 1: 23). La segunda parte de esta lectura nos sitúa ya en la historia del Precursor que tuvo que aclarar que no era él quien había de venir para salvar, para iluminar, para dar la vida. Él era la voz que gritaba en el desierto.
San Pablo exhorta a la comunidad de Tesalónica: “No impidan la acción del Espíritu Santo, ni desprecien el don de profecía” (1 Tes 5: 19-20). Aquella comunidad, tuvo que padecer mucho y ser perseguida por aceptar el evangelio. En nuestros tiempos, la persecución es distinta, pero recordemos que no hay evangelio ni buenas noticias, si no se anuncia proféticamente. Incluso en la adversidad hay que experimentar que Dios está de parte de la humanidad. Para ello se necesita tener el Espíritu, no apagarlo, como motivo de alegría. Que Dios nos conceda ser testimonio de amor, perdón, liberación y de buena nueva.