EL ESPIRITU SANTO NOS CAPACITA PARA EL AMOR
Estamos ya en los últimos domingos de Pascua y se acercan la Ascensión del Señor a los cielos y Pentecostés. Ante estos dos acontecimientos, se nos propone leer el capítulo 17 del Evangelio de san Juan, conocido como la Oración Sacerdotal de Cristo, lo cual suena como despedida o últimas palabras antes de partir. Para este domingo encontramos la promesa del Espíritu Santo y el mandamiento del amor, para ponerlo en práctica.
“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”. Dios ha dado los mandamientos a Moisés en el Monte Sinaí y de generación en generación se ha transmitido celosamente, porque entre los judíos aún hoy, lo repiten mínimo tres veces al día. Por su parte, Cristo, cuando es cuestionado por un fariseo sobre el primer mandamiento y el más importante responde: “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser, este el primero y más importante, y el segundo -dice Jesús- amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se resumen toda la ley y los profetas”. Ahora bien, si todo el resumen de la ley y los profetas es el amor, entonces se vuelve el amor una condicionante para mostrar el amor a Dios, porque dice: “si me aman, cumplirán mis mandamientos”. Voy a parafrasear: “si me aman” vivirán verdaderamente el amor. Parece una tautología -condición del amor a Dios es amar a nuestros, y amar a nuestros nos lleva al verdadero amor a Dios- con esto, Cristo nos quiere transmitir e impregnar la necesidad de amar de manera práctica a nuestros hermanos y hermanas, y a Dios mismo.
Un par de semanas atrás estuve en Roma para la canonización de los Santos: Juan XXIII y Juan Pablo II, lo cual fue una experiencia bonita. Me toco celebrar un par de misas en el Vaticano, una de ellas por mi futura parroquia y otra de ellas por la familia que me regaló el viaje. Por las noches iba a rezar mi Rosario en la Plaza de San Pedro y contemplar a tanta gente haciendo lo mismo, algunos lo hacían sentados, otros caminando, se escuchaban distintas lenguas, se veían distintos rostros, pero todos con una misma fe. El miércoles asistí a la Audiencia General del Papa Francisco, la cual, los Papas anteriores lo hacían en una sala dentro del Vaticano, y era para 150 o 200 personas que es el cupo de esa sala. El Papa Francisco lo hace en la Plaza de San Pedro porque acuden miles y miles a escucharlo cada miércoles. El Papa sale alrededor de 45 minutos antes de la Audiencia General y recorre los pasillos, se detiene constantemente ante los niños, los abraza, los bendice y continúa. El Papa, recibió cada regalo que le den, sea grande o pequeño, se detiene y agradece el detalle. Frente a los enfermos, son su debilidad del Papa Francisco, porque con ellos se para de frente a ellos, los abraza, les dirige unas palabras y los bendice, para con ellos no importa el tiempo que se lleve, pero se hace presente en la vida del enfermo. Junto a esas acciones de amor y misericordia del Papa Francisco, sus homilías diarias, sus reflexiones, su exhortación apostólica, todas sus palabras son fuertes llamados vivir el amor y misericordia con los más humildes. En el Papa Francisco, palabras y acciones, son un vivo testimonio del amor de Dios, y de la presencia viva del Espíritu Santo en su corazón, que lo impulsa a él a ser amoroso.
El Evangelio continúa diciendo: “Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes”. Si Jesús dice que rogara para que Papá Dios nos dé otro Paráclito (consolador o abogado) es porque ya hubo uno. Voy a usar la palabra de abogado. Y pregunto ¿quién es nuestro primer Abogado frente al Padre Dios? La respuesta es más que simple: Jesucristo, quien con su sacrificio en la Cruz, paga al eterno porque nuestra deuda del pecado sea borrada y nos da esperanza de una vida nueva. No solo aboga por nosotros, los pecadores, los sin esperanza, sino que devuelve y restaura nuestra dignidad perdida, porque el Cordero sin mancha ni defecto se ofrece por nosotros para ser perdonados. Y después de Abogar por nosotros nos promete que sin irse él de nosotros, el otro Paráclito, permanecerá siempre con nosotros, lo que significa que no busquemos fuera a Dios, sino que desde el día de nuestro bautizo está en nosotros y, vive y camina con nosotros. Por lo tanto no es un Dios que está más allá de las nubes, sino que tan cercano, más que nosotros mismo.
“Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes”. Esta frase es preciosa, porque piensa: el Paráclito estará para siempre con nosotros, Jesús está con el Padre, y nosotros con Cristo y el con nosotros, por lo tanto es la Santísima Trinidad que habita en nosotros. Desde el principio Dios nos hizo a su imagen y semejanza, y en nuestro bautizo somos consagrados templos vivos del Espíritu Santo, pero no sólo habita él en nosotros, sino también Jesucristo y el Padre, por lo tanto cada uno de nosotros merece respeto y amor, porque somos imagen y presencia viva de Dios, quien habita, en sus tres divinas personas en nosotros.
Término con la siguiente frase: “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”. La manera efectiva de salvarnos y recibir la salvación alcanzada por Cristo para nosotros es cumplir los mandamientos, lo que significa: amar a Dios y nuestro prójimo, pero amarlo no sólo de boca, no sólo de labios para fuera, sino vivirlo y ponerlo en práctica. La presencia de Dios en nosotros nos debe impulsar a amar, sobre todo al más necesitado. Amar al prójimo es nuestra manera de decir a Dios que lo amamos. Que Dios nos conceda la abundancia de su amor, para que nosotros amemos verdaderamente a nuestro prójimo y así manifestemos que amamos a Dios. No busquen a Dios arriba de las nubes, recuerda el esta tan cerca, en tu corazón. Ama a Dios, adóralo, y cumple con su voluntad. Así sea.