XXVI DOMINGO ORDINARIO
¿LA JUSTICIA O LA MISERICORDIA?
Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
Las lecturas para este Domingo 26 del tiempo ordinario nos llevan a reflexionar nuevamente en la justicia, pero solo para demostrarnos que la Misericordia está por encima de la justicia. Las obras de Misericordia nos llevarán a la salvación.
El Papa Francisco, el 3 de abril del 2016, en la Homilía del Jubileo de la Misericordia, afirmo: “Ser apóstoles de misericordia significa tocar y acariciar sus llagas, presentes también hoy en el cuerpo y en el alma de muchos hermanos y hermanas suyos. Al curar estas heridas, confesamos a Jesús, lo hacemos presente y vivo; permitimos a otros que toquen su misericordia y que lo reconozcan como Señor y Dios.” (Papa Francisco)
“Esto dice el Señor todopoderoso: ‘¡Ay de ustedes, los que se sienten seguros en Sión… pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos!’” (Am 6: 1a. 6b) Encontramos un profeta que es muy fuerte en su denuncia contra las injusticias. Pero ahora hace hincapié en no preocuparse por las desgracias de los demás. Hoy nuestro mundo parece ser igual que el pueblo elegido que se ha olvidado de Dios y se preocupa por los bienes materiales. Olvidándose de los más desprotegidos. Por eso la voz del Papa es tan fuerte, porque nos ha enseñado de forma muy sencilla a preocuparse por el hermano y hermana en sufrimiento. Él mismo ha salido a abrazar al enfermo, al refugiado, al pobre y al que en verdad ocupa del amor.
En la misma dirección y muy acorde es el evangelio de este domingo: “Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.” (Lc 16: 22-23) Es el mismo San Lucas y únicamente él, quien pone en boca de la Virgen María la oración tan bonita que muchos hemos rezado, el magníficat: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos.” (Lc 1: 48b -53) Esta oración se hace realidad en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. Fijémonos, el rico no tiene nombre, el pobre sí. El rico confía en sus posesiones materiales, en lo caduco, en lo terrenal. El pobre, confía en la misericordia divina, que va más allá de la justicia. La Virgen María canta la misericordia porque sabe que lleva consigo al regalo más grande, al salvador de ella misma y de la humanidad entera. Y el final de la parábola es: “A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos”. A Lázaro le concede la vida eternal junto a Abraham y al rico epulón el castigo, la perdición de la vida, la vaciedad.
Dios Padre –y Jesucristo– nos enseñan lo grandioso de la gratuidad. Ésta supera a la justicia, porque da infinitamente más de lo que recibe; aún más, da sin esperar nada a cambio, cosa que no sucede en la justicia. Entonces debemos preguntarnos: ¿es Dios Padre nuestro un Dios de la justicia o de la misericordia? Diríamos que de las dos, porque la justicia no es algo opuesto a la gratuidad; es simplemente un escalón inferior a la misericordia. Por eso él que practica la gratuidad no puede de ninguna manera obrar injustamente. La gratuidad o misericordia incluye a la justicia. La gratuidad o misericordia es el grado máximo de nuestra vida de fe, al que debemos tender todos quienes seguimos a Jesús. Es decir, hacernos apóstoles de la misericordia.
Que cada uno de nosotros tomemos conciencia y seamos responsables de nuestro ser apóstoles de la misericordia. Que vivamos la justicia solo como un escalón para alcanzar ser misericordiosos. Dios nos conceda su misericordia y nosotros vivamos también, siendo misericordiosos. Amén