III DOMINGO DE PASCUA
LA BUENA NUEVA, TRANSFORMA
Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
El día de Pentecostés, san Pedro predica con valor y entusiasmo, ante un auditorio expectante. La gente conoce los hechos más o menos vagamente, pero el apóstol les expone en una manera inédita, que revela en ellos el cumplimiento del designio de Dios anticipado en la Escritura. San Pedro y sus compañeros lo atestiguan convencidos y lo muestran con su propia transformación. “Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, Jesús fue entregado, y ustedes utilizaron a los paganos para clavarlo en la cruz. Pero Dios lo resucitó” (Hechos 2: 22b. 23-24a).
Proclamar la muerte de Jesús, no podía hacerse sin poner de manifiesto las causas y los motivos de la vida de Jesús, quien por sus palabras y sus actos extraordinarios hizo presente la liberación de Dios; liberación que debía recordarles a los judíos la liberación de la esclavitud de Egipto. Pero ellos no vieron en la vida de Jesús una vida liberadora, sino que lo crucificaron por medio de los romanos impíos. Ese era el plan previsto, pero ese designio no se refiere solamente a la muerte en sí, muerte ignominiosa de la cruz, sino sobre todo, al valor de esa muerte como causa de redención y salvación para todos.
Por eso, cuando se habla de la fuerza de la palabra de Dios en los cristianos primitivos, esa fuerza consistía, en la fuerza que tenía la misma muerte y resurrección de Jesús. Es una fuerza que cambia los corazones y, si cambia los corazones, cambia el curso la historia; porque en la muerte de Jesús, en la cruz concretamente, se revela todo el amor de Dios por nosotros; y en la Resurrección se revela el poder de Dios sobre la muerte de Jesús y sobre la de todos los hombres.
“Los ha rescatado Dios, no con bienes efímeros, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha” (1 Pedro 1: 18-19). San Pedro insiste, esta vez por escrito, en otro aspecto de esa muerte que ha relatado en su discurso ante la multitud el día de Pentecostés. Lo que ha ocurrido ha sido trágico, sí; pero ha venido a ser un inmenso beneficio en favor nuestro: se ha pagado un enorme precio por nosotros, pero hemos sido rescatados.
La narración del caminar de los dos discípulos de Emaús, engendra un texto sagrado para la comunidad. Pongamos atención a la narración y descubriremos la descripción de una eucaristía en un proceso dinámico: los peregrinos de Emaús, desconcertados, van escuchando la interpretación de las Escrituras en lo referente al Mesías. Es una catequesis de preparación para lo que viene a continuación. Podemos organizar esta narración en torno a dos momentos principales introducidas por la misma expresión: (a) Lc 24:15: “Y sucedió mientras conversaban y discutían”; (b) Lc 24: 30: “Y sucedió cuando estaban a la mesa”. Muchos teólogos han reconocido que san Lucas indica los dos momentos esenciales de la liturgia cristiana: la palabra y el sacramento, escucha de las Escrituras y liturgia eucarística. Es en la Eucaristía donde nos entrega el Señor la vida de la que goza ahora como resucitado.
La Eucaristía, como la Resurrección, es un misterio inefable de liberación, ya que los discípulos que estaban angustiados por lo que había pasado en Jerusalén, poco a poco, en la medida en que va celebrando la Eucaristía, se conmueven, porque la vida del Resucitado se apodera de sus corazones.
Caminemos alegres, con los discípulos de Emaús, a nuestra Eucaristía, para que Jesús Resucitado transforme nuestros corazones y nos libere.