LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Para este domingo basaré más mi reflexióFrCarmelo4n en la primera lectura tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, claro está que tomaré en cuenta el evangelio y la segunda lectura también, pero el pasaje de la primera lectura es muy propio para hoy.

“A ellos -los apóstoles- se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos, y les habló del Reino de Dios”. A pesar de las pruebas dadas por Cristo de que está vivo, afirma el evangelio “algunos de sus apóstoles dudaban de él”. Qué gracia y amor tan grande ha tenido Dios para con nosotros, porque Jesucristo viene al mundo por amor al ser humano y, se aleja, asciende a los cielos, por amor al ser humano. Su Encarnación es signo de vida para nosotros, lo creamos así o no, y toda su vida y ofrenda a Dios Padre, sigue siendo por amor al hombre. Ahora, después de la pasión, dada en oferta su vida, sigue dando pruebas de estar vivo y, el hombre necio, sigue dudando.

La gran promesa ante la tristeza de su partida es: “Juan bautizó con agua; dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”. Como suele suceder cuando alguien parte de con nosotros, nos invade la tristeza y nuestros ánimos decaen, pero Cristo ha prometido que estará con nosotros hasta el fin del mundo, por lo tanto, su partida es signo de amor a la humanidad, porque enviará al Paráclito, al Espíritu Santo, el cual guiará a la Iglesia naciente. Y repito, su partida es signo de amor porque él preparará un lugar para nosotros en la casa del Padre: “en la casa de mi Padre hay muchas habitaciones”. Porque donde él está, la cabeza, quiere que esté su cuerpo: la Iglesia. Por eso, enviará al Espíritu Santo para guiarnos hasta el Reino Celestial.

Pero también el Espíritu Santo nos capacita para ser testigos del Reino de Dios: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, recibirán fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”. Me llama la atención la historia del San José Luis Sánchez del Río, quien en la época de los cristeros fue apresado, casi a los 14 años de edad, y le pedían renegar de su fe, y que gritará a muera Cristo, y él manteniéndose firme gritaba: “viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe”. A su mamá le escribe diciéndole: “nunca ha sido más fácil ganarse el cielo que ahora”. Esta es una de las cartas que le escribió a su madre:

Cotija, Mich., lunes 6 de febrero de 1928.

Mí querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica:

Antes diles a mis otros dos hermanos que sigan el ejemplo de su hermano el más chico, y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba.

José Sánchez del Río.”

 

Le desollaron los pies y lo hicieron caminar hasta el panteón, a las afueras del pueblo donde fue martirizado a cuchillazos y nunca renegó de su fe. Finalmente cayó boca abajo en la tumba y le dispararon para darle el tiro de gracia. Un jovencito que vivió su fe.

Por último, el gran envío a la misión: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. El Papa Francisco de muchas maneras nos invita a ir hacia los alejados, en búsqueda de la oveja perdida. Nos invita a hacer nuestra la misión confiada por Cristo a los apóstoles: “id y haced discípulos”.

La Ascensión del Señor es pues un momento claro para reconocer que no sólo en vida terrena, Cristo hacia milagros, sino que su partida nos llena de esperanza de que un día lleguemos a todo él, nuestra cabeza ya llegó. Que cumpliendo los mandamientos de Dios, crezcamos en nuestra fe, y dando testimonio del amor divino, extendamos el Reino de Dios. Amén.

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