LA CEGUERA ESPIRITUAL
Por el Padre Carmelo Jimenez
Para este domingo nos encontramos con un pasaje bello, similar como al pasaje de la Samaritana del domingo pasado. Ahora nos encontramos con la historia del ciego de nacimiento, su curación y el juicio de parte de los judíos por haber recibido esta curación en sábado. La frase final de Cristo en el evangelio es: “Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos”.
Voy a iniciar haciendo una pregunta: ¿cómo cura Cristo al ciego? Regularmente las curaciones que Cristo realiza son porque la persona necesita y pide expresamente ser curada: los leprosos y endemoniados le dicen: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de nosotros”. Bartimeo, el otro ciego que cura en Jericó le grita hasta el cansancio: ¡haz Señor que vea!; inclusive la mujer hemorroisa que no lo expresa pero piensa en sus adentros: “si yo logró tocar la punta de su manto quedare curada”. Este ciego está al paso de Jesús, y son los discípulos que cuestionan la enfermedad como consecuencia del pecado; el ciego por su parte sabe que alguien distinto está pasando porque aunque no ve, conoce el movimiento y la ruido de los transeúntes, pero está resignado a su ceguera, ya no espera nada de nadie sino limosna y en las monedas que le den, lástima. Jesús por su parte, no reparte dinero, eso es lo mínimo que pudiera hacer, pero él da más que riqueza material que -en algunos casos- sólo empeora las situación, Cristo da vida, da luz y da amor.
Cristo, al ciego le da luz a los ojos muertos desde el nacimiento: “Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: ‘Ve a lavarte a la piscina de Siloé’ (que significa Enviado)”. Otro poco de historia pero bíblica. En el Génesis leemos: “Entonces Dios tomó un poco de polvo, y con ese polvo formó al hombre. Luego sopló en su nariz, y con su propio aliento le dio vida. Así fue como el hombre comenzó a vivir”. El miércoles de ceniza, iniciábamos la Cuaresma con la sentencia al ser tiznado con ceniza sobre nuestras frentes: “recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás”. Así, el polvo o tierra es la materia prima que constituye el cuerpo del ser humano y en la vista del ciego del relato evangélico dominical se convierte en el elemento de curación, decir, que el mismo material de la creación del hombre sirve de remedio. La luz vino sin haber sido pedida, y sin súplica del ciego fue liberado de su imperfección de nacimiento. ¡Wow! Qué belleza y misericordia de Dios para con nosotros, que siendo pecadores e imperfectos, Él se convierte en nuestra luz, remedio y esperanza, sin que nosotros se lo pidamos. Voy a afirmar lo que nuestros hermanos de la renovación carismática afirman: “Cristo tiene poder”. Sí hermanos, aún hoy Cristo tiene el poder de curar nuestra ceguera.
El juicio de los fariseos al que había sido ciego y a los padres de este, está en el hecho de que había sido en sábado. Nadie, absolutamente nadie había curado a un ciego de había nacido así. Por eso el ciego no espera pomada alguna ni remedio para su ceguera, sino limosna y lástima, eso espera. El ciego recupera la vista y da gloria a Dios, y cuando Jesús le pregunta: “¿Crees tú en el Hijo del hombre? El respondió: ‘Creo, Señor’. Y se postró ante él”. Sin embargo, los fariseos se quedan ciego, sin ver las maravillas, en sus juicios y sentencias sin poder ver lo maravilloso que es Dios. Con ojos, pero más ciegos que él que antes era ciego.
Nuestra vista y nuestros oídos son limitados, por lo tanto, hermanos y hermanas, por favor, no juzguemos sólo y únicamente por lo que vemos y oímos, porque Dios no juzga por apariencia. En la primera lectura se le afirma a Samuel: “No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón”. Por favor hermanos, no juzguemos a nadie, porque el juicio viene de Dios, y mucho menos demos sentencias por lo que vemos u oímos porque, las circunstancias que nos rodean pueden hacer que veamos o escuchemos lo que nos conviene, lo cual nos lleva a un detrimento de nosotros mismos u de los demás. Recuerda, el juicio, déjaselo a Dios.
Hoy quiero invitarlos a orar, primeramente dándole gracias a Dios por todos los dones y talentos que él nos da: la vida principalmente, la salud, el poder ver y oír, pero sobre todo, el gran regalo de nos viene del bautismo, la vida de gracia que nos lleva a la luz eterna, Cristo nuestro Señor. Pidámosle la gracia de poder ver las maravillas de su creación, pero sobre todo, que en nosotros tengamos la luz que es, El mismo. Dios nos libre de la ceguera espiritual y nos conceda luz, más vida y amor. Amén.