LOS PEREGRINOS DE EMAUS
Me encanta este pasaje bíblico porque narra lo humano y caduco que somos incluso en la fe, y por otra parte, la presencia de Cristo en nuestras vidas que nunca se aleja. Al final del pasaje el reconocimiento de los discípulos hacia su maestro y retomar las riendas de la vida y de la fe.
“Dos discípulos de Jesús iban caminando aquel mismo día comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo”. Quiero ubicar este pasaje diciendo que aquellos discípulos van de vuelta, del centro de su fe a una vida ordinaria y sin esperanza. Van caminando pero en sentido incorrecto, van de regreso porque sus esperanzas se han perdido. Van discutiendo entre sí lo acontecido en días pasados y ninguno es capaz de consolar ni dar esperanza al otro porque ambos han perdido la esperanza. Los dos han visto los milagros que Jesús ha hecho, los dos han escuchado las palabras de Cristo, aún lo relacionado consigo mismo acerca de lo que estaba pasando; los dos están consiente de que Jesús era acreditado delante de Dios y de los hombres, pero al no poder comprobar por ellos mismos lo comentado en el día por las mujeres por algunos miembros de su grupo, pierden la fe, regresan tristes y desconsolados.
Muchos de nosotros, recibimos con alegría la formación catequética y recibimos los sacramentos de pequeños, es más, mostramos por nosotros mismos nuestra apertura a todo lo espiritual, y de pequeños somos capaces de ver los milagros de Cristo, pero al llegar a cierta edad, la mayoría se nos velan los ojos: por los problemas, por la formación y lecturas de otros libros, por los testimonios de otras personas, porque este o aquella persona le paso esto o aquello y… Todo eso nos lleva a preguntar ¿será cierto todo lo que dicen? Y muchas veces, teniendo a Cristo con nosotros nos alejamos de Él, porque nuestros ojos no lo ven y nuestras manos no lo pueden tocar. Igualitos a los discípulos de Emaús.
“Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: –«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»” Muchos de nosotros, a pesar de que al parecer hemos perdido la fe y la esperanza, aún permanecemos ahí, reconociendo al extranjero como hermano, y muchos comentarios de esposo o esposa he escuchado: ‘si él o ella no es malo/a, solo que no lo ha tocado Dios’. No es que tu esposo o esposa sean malos, sino que aún no han experimentado el amor divino, el amor de Cristo. Con tu actitud, con tus palabras, con tu propia conversión, demuéstrale a tu familia que Dios está vivo, que sigue pasando y estando junto a ti, junto a ustedes. Que como los discípulos, lo gritemos, le imploremos, le supliquemos: ¡quédate con nosotros Señor! ¡Quédate en mi corazón Señor! ¡Quédate en mi hogar Señor!
“Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció”. Que Dios nos conceda reconocer a Jesucristo al partir el pan con el necesitado, al partir mi amor y darse como entrega generosa. Que reconozcamos que Jesucristo sigue presente en medio de nosotros en su Palabra y en sus gestos salvíficos (sacramentos) y que siempre obra por bien nuestra. Que igual que los discípulos digamos: “con razón nuestro corazón ardía mientras nos explicaba y se nos daba nuevamente”.
“Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén”. Que al reconocer a Jesucristo en los acontecimientos diarios nuestro corazón arda de alegría y podamos testimoniarlo con nuestras vidas, que el autor de la vida no se quedó en una tumba, sino que sigue dando vida. Que las cadenas de la muerte no sean capaces de atar al que es libertad y amor. Que testimoniemos al autor del verdadero amor, a Cristo que es la vida, a Jesús que nos da la fe y la esperanza, a Nuestro Señor que siempre está con nosotros aunque nuestros ojos no lo vean ni nuestras manos lo puedan tocar, pero que nunca nos abandona. ¡Cristo está vivo, nunca ha muerto! ¡Cristo va contigo y tú vas con Cristo!