LA SAMARITANA
Por el Padre Carmelo Jimenez
La primera lectura y el Evangelio para este domingo coinciden en hablar del agua que se necesita para la vida, por eso Jesús se presenta como el agua viva que da vida eterna. Ambos relatos destacan la sed: en el desierto el pueblo de Israel que habla y blasfema contra Dios y, en el Evangelio es Jesús el sediento, pero sediento de la fe del pecador para ser El quien ofrece el agua que no vuelve a dar sed.
La historia lo ubico en Chicoasen, Chiapas, donde celebran al Señor del Pozo (3er. Viernes de Cuaresma, es decir, el viernes pasado), a donde llega mucha gente de casi todo el Estado de Chiapas. En el 2002 fui nombrado párroco de ese lugar, y la manzana de la discordia era el patronato de festejos, que por ser ellos mismos los encargados, como en muchos lados, hacían su agosto loco, llevándose fabulosas ganancias por sus dizques servicios a la capilla. En el 2003 nombré nuevos comités, una nueva forma de organizar las festividades, sin dejar lo central: la evangelización. Se echó la casa por la ventana y tuvimos muy bonitas fiestas y excelentes resultados. Unos de los del comité que siempre tenía que estar era el cuidado del pozo, la capilla donde antiguamente estuvo la imagen de un Cristo durante la época y persecución de los cristeros. A ese lugar los ancianos del pueblo iban a rezar, porque no lo podían hacer en la iglesia. Cuando toda esa temporada pasa, llevan el crucifijo a la Iglesia pero la corona no la llevan, porque al buscarla descubren que donde estuvo la cruz, sobre una roca, ha iniciado a brotar agua. Con el paso del tiempo han construido un pequeño estanque. Mucha gente va en busca de esa agua y ha habido muchos milagros. Uno de esos milagros me tocó a mí constatar. Israel, un señor de unos 65 o 70 años de edad sería el encargado del pozo, de limpiarlo y repartir el agua durante las fiestas. Quiero aclarar que Israel usaba bastón y caminaba todo curveado porque tenía una enfermedad y no lo dejaba enderezarse. Ocho días antes del inicio de las fiestas tenían que limpiar el pozo, e Israel fue el primero en meterse al pozo o estanque, que por estar cerrado es agua fría, pero cuando entró sintió recorrer un calor por todo su cuerpo, empezó a sudar y los demás le preguntaron ¿qué pasa? Y dijo que nada. Él pudo tomar una cubeta e iniciar a sacar agua, enderezarse y trabajar en la limpieza del pósito. Por tarde llega sin bastón a darme las gracias y extendía sus brazos para que lo viera y yo nunca entendí, y me decía ¡míreme! ¡Míreme! Y no sabía que era. Él me dice, que no tenía bastón y podía enderezarse y caminar bien. Israel es testimonio real, aún hoy, del poder de Cristo, que como agua viva da más vida.
En el evangelio escuchamos la historia, larga pero preciosa de la samaritana, que el pedir del agua viva de Cristo, este le hace ver lo que ha hecho con su vida y la libera del pasado. Esta mujer va al pueblo y dice a los demás: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?” La lectura sigue diciendo: “En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: <Me ha dicho todo lo que he hecho>”.
Hoy nos interpela la actitud samaritana porque inmediatamente ella reconoce al Mesías en Cristo, ella va y lo anuncia a los demás, no importa sea judío o samaritano, o salvadoreño o mexicano, o americano, o… Lo importante es que es Cristo, el ungido de Dios, el que nos conoce y sabe las luchas que pasamos en este mundo de pecado, pero que él tiene palabras de vida que pueden liberarte como a Israel, como a la samaritana y como muchos más hermanos que al abrir sus corazones y se disponen al amor de Dios, transforman sus vidas y se llenan de Cristo y su fuerza para testimoniar, como la samaritana, todo lo que Jesús puede hacer por cada uno de nosotros.
Casi al concluir el pasaje dominical dice: “cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos”. Como los samaritanos hoy los invito hermanos y hermanas a que clamemos a Cristo: ¡Quédate con nosotros! ¡Transforma nuestro mundo! ¡Transforma nuestras sociedades! ¡Transforma, Señor, nuestras vidas! ¡Libéranos del pecado y de cuanto nos ata y esclaviza! Ven Señor Jesús con tu poder liberador a nuestras vidas y toma tú las riendas, condúcenos por caminos de fe y amor, para que como la samaritana, podamos testimoniar tus maravillas. ¡Quédate con nosotros Señor y danos del agua que da vida eterna! ¡Amen!