LA TRANSFIGURACIÓN
Por el Padre Carmelo Jimenez
Esta mañana me encontré en el chat a un muy buen amigo, el P. César Augusto. Con él fui compañero en el seminario, recibimos la ordenación diaconal juntos y también la ordenación presbiteral. Primero Dios podremos celebrar juntos un aniversario más el próximo abril, él está estudiando en Roma y a veces es difícil comunicarnos por las horas de diferencias que hay. Él me estaba agradeciendo la amistad, el ministerio y la presencia y usó esta frase para concluir: “nos unen muchos signos”. Inmediatamente se vinieron a mi mente muchos recuerdos y, uno de ellos es del día de nuestra ordenación, fue en el seminario, entre el campo de fútbol y las canchas de basquetbol, había alrededor de 12,000 personas. Recibimos la ordenación 9 presbíteros y 7 diáconos. Frente a nosotros estaba la iglesia del Seminario y sobre ella una gran cruz. El P. César Augusto inspirado y emocionado me dice: “¡sobre esa cruz (mirando la cruz de la Iglesia) vamos a ser crucificado!” Y yo le respondo: “no sobré aquella, sobre esta que está acá abajo”. El recorrió con su vista toda gente y me vuelve a decir: “esta me da miedo, es más pesada que la otra”.
La primera lectura del libro de Génesis nos recuerda la vocación de Abram y el llamado que Dios le hizo: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré”. Abram tenía todo, riquezas, casas, ganados y una familia. Salir significa dejar la seguridad y el confort. Dios lo envía no se sabe a dónde, Abram solo tenía la palabra del Señor pero no sabía a donde iba. Pero confía en Dios y deja su seguridad, deja su confort y va, en búsqueda de la promesa de Dios, con la seguridad que Dios no le va a fallar. Escucha y obedece. Por eso, al paso del tiempo se le llamará nuestro padre de la fe, Abraham.
En el evangelio escuchamos la transfiguración del Señor en el Monte Tabor. A los apóstoles les ha anunciado las persecuciones que les espera, ya Pedro lo ha querido detener, ya Tomás lo ha cuestionado a dónde van. Muchos discípulos le han dado la espalda al Señor por no entender el proyecto de salvación. Ahora, delante de Pedro, Santiago y Juan se transfigura, y les anticipa la gloria que le espera y que les espera a quienes sean fieles, pero con Moisés y Elías siguen hablando de la muerte que le espera a Cristo. Es decir, no quita el dedo del renglón. Quiere que los apóstoles entiendan que la cruz es el único camino a la resurrección y a la vida.
Una cruz sin Cristo es nada, no redime, es masoquismo para quien lo soporta. Un Cristo sin cruz no lleva a la gloria. Por eso Cristo se transfigura en el pobre, en el doliente, en el pecador y toma sus rostros y nos dice: ” todo lo que dejaste de hacer por uno de estos más pequeños a mí me lo dejaste de hacer. Todo lo que hiciste por uno de estos más pequeños a mí me lo hiciste”. No se compara, no dice “COMO SI” a mí, dice directamente “A MI”.
Por eso P. César Augusto había visto la cruz de la Iglesia, pero bendito Dios no dijo no a la cruz viva que aquel día estaba presente en el Pueblo de Dios que nos acompañaba en nuestra ordenación con su oración. Porque en ellos, en cada uno, Cristo tomaba sus rostros para sí y a través de la fe, sin duda, que los va transfigurando en él. No es una transfiguración de imagen, eso se lo dejamos a los estilistas, esta es una transfiguración de actitudes, de amor, de fe. Que nos impulsa a levantarnos de nuestra comodidad y nos envía a seguir los pasos de Cristo, teniendo la certeza, como Abraham de que Dios cumplirá sus promesas.
San Pablo, leemos en la Escrituras hoy: “Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo”. Por eso hermanos, por eso hermanas, dejemos aquellas cosas y actitudes que nos estorba, levantémonos de nuestros pecados y vayamos tras los pasos de Cristo Jesús que nos invita a contemplar su gloria y a estar con El siempre. Amén.