La Epifanía del Señor

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Por el Padre Carmelo Jimenez

Empezaré con la historia directamente. Regularmente la vida de las grandes ciudades es muy agitada, corre y corre y pocas veces se detienen a contemplar las bellezas que tienen alrededor. Cuando esas personas visitan a familiares o amigos que viven en campo o en ciudades pequeñas se dan cuenta del cielo y las estrellas y pueden contemplar la naturaleza. Y si tienen la oportunidad de visitar los bosques, es cuando escuchan el trinar de los pájaros y el murmullo del viento, y el rugir de algunos animales. Es ahí, en la pequeñez o humildad de las cosas que vuelven a sentirse vivos.

Los magos de Oriente, fueron personas que conocían el cielo porque lo observaban y por lo tanto se dieron cuenta de una estrella diferente. El decir que lo observaban significa que eran hombres abiertos al conocimiento y a la trascendencia de las cosas. Lo cual los llevó a la trascendencia de Dios. Cierto, conocían mucho, pero eso hizo que conocieran más a Dios y lo buscaran. Muy diferente al conocimiento de muchos actuales, que entré más conocen más se alejan de Dios, como sí sabiduría y fe estuvieran peleadas.

Cuando llegan con El Niño Dios lo contemplan y lo adoran. La contemplación se nos ha pasado por alto. Debería ser indispensable en nuestra vida, ya que es el momento de profundizar en el misterio. Contemplar a Dios es llenarnos de Él y hacer nuestras las convicciones divinas. Contemplar nos llena de inmensa maravilla que nos mueve en el interior a adorar a quien por amor se hizo como nosotros. Adorar es salir de nosotros mismos para reconocer que quien está enfrente es Dios mismo. Salir de nosotros para entonces poder poner nuestro ser en quién es el dueño de la vida.

San Pablo afirma que: “por el Evangelio, también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa de Jesucristo”. Lo cual significa que por la presencia de Jesucristo entre nosotros, y representados en los magos, todas las naciones: de Oriente y Occidente, de Madian y de Efa, y de todos lados, tenemos a un mismo Salvador: Jesucristo, quien nos muestra el rostro amoroso de Dios Padre. Así pues, la presencia de los magos nos incluye para recibir la esperanza de la vida eterna, nos alienta a buscar a Jesucristo en nuestra vida diaria y Jesucristo, el Ungido de Dios se nos da a conocer a todo el mundo.

Los regalos ofrecidos a Dios Niño simboliza la naturaleza de aquel Hermoso y puro Niño: incienso como Dios, oro como Hombre y mirra como Rey. Hoy más que nunca debemos prepararnos para ofrecerle a Dios nuestro corazones y recibirlo a el como Dios que es. Que El reine en nosotros y nos libre de nuestros pecados para poder ser y vivir como verdaderos hijos de Dios. Que hoy reconozcamos en Cristo a nuestro Salvador, lo amemos y lo adoremos en espíritu y en verdad. Amén.

 

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