EL PROFETA Y SU MISION EVANGELIZADORA
Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
Las lecturas para este domingo nos hacen reflexionar en las contrariedades que un mensajero de Dios tiene que pasar, especialmente entre su familia y los más cercanos.
“En aquellos días, el espíritu entró en mí, hizo que me pusiera en pie y oí una voz que me decía” (Ez 2: 2). En el Antiguo Testamento se conoce la actuación del Espíritu Santo, de manera especial a través de los profetas. El Espíritu los prepara para la misión, otorgándoles de modo especial el don de la fortaleza para la misión. El profeta Ezequiel dice que el Espíritu entró en él y lo hizo ponerse de pie; esa forma plástica de actuación del Espíritu que es fuerza y firmeza y la infunde en quienes elige para la misión. Entonces podremos decir que el profeta es capacitado por el Espíritu para realizar su tarea contra todas las posibles y más que probables resistencias. En todos los tiempos y en todos los lugares, así también en todas las culturas, ha habido rechazo y no aceptación de la palabra de Dios. Pero la palabra del profeta es eficaz en todos los tiempos, porque la proclamación de la Palabra de Dios lleva siempre consigo fuerza permanente salvadora.
En la segunda lectura encontramos a un apóstol que usa la ironía para alentar a las comunidades, especialmente la de Corinto. Así la fuerza del Evangelio es irresistible por llevar en si misma todo el poder y veracidad de Dios que garantiza su eficacia. Pero, recordemos que Dios ha decidido a lo largo de la historia de la salvación y, en concreto de forma ejemplar Dios decide en la misión de Pablo. San Pablo fue encargado de llevar el evangelio a la gentilidad; abrir las puertas de la salvación en Cristo a todos los hombres. Y ahí está el secreto, la grandeza y el misterio de la misión, que Dios es quien decide y el mensajero solo es mensajero. Ayer como hoy esta realidad sigue siendo palpitante y consoladora, que la misión no depende de razonamientos humanos. El éxito final de la empresa depende a la vez de la fidelidad del Dios poderoso y de la fidelidad de los mensajeros.
Pudiéramos enumerar cientos de evangelizadores, que su palabra fue eficaz en la medida que dejaron que Dios actuara y decidiera en sus empresas. San Francisco de Asís, que renunciando a todo, se atrevió a construir la Iglesia. San Jerónimo que afirma: “la ignorancia de las Sagradas Escrituras es ignorancia de Cristo”. San Francisco Javier quien fuera un gran misionero en Asia, que soñaba con evangelizar China, pero muere antes de llegar pero su testimonio sigue dando frutos, por ser humilde. Y podremos seguir enumerando a tantos santos que humildemente dejaron una vida pasada, sin olvidarla pero sin volver a ella, que después de su conversión se abrieron a las inspiraciones del Espíritu Santo en su tarea evangelizadora.
“Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa” (Mc 6: 4). En el pasaje del evangelio de Marcos donde se narra, este encuentro de Nazaret es esencial y fundamental. Da a conocer dos niveles de acercamiento a Jesús: el primero natural y movido por intereses humanos, y el segundo nivel es el de su misión movido por otras motivaciones más profundas y universales. Ayer como hoy, los verdaderos profetas no son bien aceptados entre la gente más cercana. Ayer como hoy, los mensajeros del Evangelio han de estar impulsados por la apertura a todos los hombres de toda raza, condición social o cultura. El Evangelio es para todos, hombres y mujeres, estén donde estén. Y es necesario reflejar nuestra misión en el compromiso real con los demás, así como en el testimonio vivo en medio de la sociedad.
Que Dios nos conceda ser mensajeros de su amor y de palabra, y que fortalecidos con el Espíritu Santo vivamos nuestro ser de profetas bautismales, dando testimonio de nuestra fe. Amen