EL AMOR Y LA ALEGRIA, SIGNOS DE LA FE
Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
Los domingos pasados, escuchamos como Jesús ha buscado convencer a sus amigos de que él había muerto y pero ya no lo está porque ha resucitado. Les aseguró que no era un fantasma, que tenía carne y huesos. Les mostró sus llagas de las manos y el costado, comió con ellos. Poco a poco los apóstoles fueron creyendo, fiándose de Jesús y confiándose a él, y se alegraban de verle. Durante 40 días se les estuvo apareciendo en diferentes escenas. No les resultó fácil creerle resucitado. Tomás, se arriesgó, ante la invitación de Jesus, a verificar si era verdad o no que había resucitado; finalmente tocó a Jesús y exclamó dócilmente: “Señor mío y Dios mío”.
Hoy, la primera lectura nos cuenta el primer “problema pastoral” de la Iglesia primitiva, que los llevó después al primer Concilio. Pedro, el primer Papa, debía resolverlo. Cornelio, un pagano, ciudadano romano, capitán del batallón destacado en Cesarea, hombre de oración y caritativo, se sentía seducido por el Resucitado; deseaba bautizarse e ingresar en la comunidad de los cristianos ¿Sería eso posible para un pagano? Pedro dijo: “¿Quién puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?” (Hechos 10: 47). Finalmente, movidos por el Espíritu, bautizaron a Cornelio. Más tarde, Pedro, debió informar de su decisión en Jerusalén. Y allí dijo: “Si Dios les concedió el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para estorbar a Dios? (Hechos 11, 17).
La decisión de Pedro, animada por el Espíritu de Pentecostés, inaugura una Iglesia pascual, abierta; una Iglesia en salida, un pueblo para todos, como le gusta decir al Papa Francisco. Esta invitación se me hace muy fuerte para nuestros tiempos, porque parece que nuestra Iglesia se ha encerrado en los templos y hoy, el Papa Francisco, inspirado como San Pedro, nos invita a salir, a buscar la Iglesia.
Me encanta la afirmación de la primera lectura que escuchamos, y como el Espíritu Santo trabaja e inspira a Pedro. Podemos constatar que en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, los protagonistas no son san Pedro o san Pablo o los demás apóstoles, sino Jesús que es proclamado y el Espíritu que dirige esta proclamación mediante los Apóstoles. Es necesario recuperar esta lección de Pedro en la Iglesia en la que todos somos hermanos. Es necesario abrir nuestras mentes y corazones porque muchas veces quienes estamos al frente, sacerdotes y líderes (coordinadores), actuamos como si fuera mi Iglesia. Y la invitación es a abrir las puertas para que entre aire fresco, dijera el Papa san Juan Pablo II.
La segunda lectura continua el tema del amor, que el domingo pasado se iniciaba. El amor expresado por Jesús en la Cruz no es sólo un modelo a imitar sino la causa y la raíz que posibilita el mismo amor que lleva hasta el don de la vida por el otro. San Juan, en su carta, como buen águila planea por las alturas pero se lanza al corazón de la realidad. Sólo es posible estar dispuestos a dar otras cosas si se está dispuesto a dar la propia vida. Solo un corazón abierto a recibir amor, es posible dar amor, es posible dar la vida. Y esta actitud es imposible sin descubrir profundamente que eso es lo que hizo el Maestro. En un mundo egoísta que se rige habitualmente por el intercambio de facturas y recibos, donde todo, absolutamente todo es pagado, es muy difícil entender el modo caritativo que Jesucristo nos invita a vivir. Solo lo lograremos si verdaderamente nos dejamos amar y entonces servir.
En el ambiente pascual es necesario entender las expresiones consoladoras de Jesús. Recordemos cómo recoge las expresiones de Jesús: para que mi alegría esté en ustedes. Es importante entender de qué alegría se trata: la que disfruta Jesús ya para siempre porque ha resucitado. La alegría que desborda en el corazón de Jesús por la misión cumplida. La alegría que se proyecta porque ha realizado siempre el proyecto de su Padre. La alegría de estar entre los hombres. Jesús Sabiduría encuentra sus delicias en estar con los hijos de los hombres. Por encima de todo, Jesús vive inmerso en la alegría. Y esa misma alegría la desea y la urge a sus seguidores. El mundo necesita testigos de esperanza y, san Pablo llega a afirmar: “la esperanza es la fuente de la alegría” (Rom. 12:12).
Este domingo podemos concluir nuestra reflexión con una oración, primeramente por nuestra Iglesia para el Espíritu Santo la siga guiando y tengamos el valor de salir y buscar a nuestros hermanos. Segundo, sabernos amados y bienvenidos para hacernos uno con Cristo. Y como buenos cristianos que somos, vivir la alegría, porque tú y yo tenemos puesta nuestra esperanza en Jesucristo, quien resucitó y vive para siempre con en Padre. Dios nos conceda el amor y la alegría siempre. Amen.