II DOMINGO DE PASCUA
DOMINGO DE LA MISERICORDIA
Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
El Papa San Juan Pablo II pidió a la Congregación del Culto Divino y los Sacramentos, que el II Domingo de pascua fuera denominado: Domingo de la Misericordia, y así es llamado desde el año 2000. Sin embargo, litúrgicamente veremos como un personaje fuerte para este domingo a Santo Tomas Apóstol, con la popular frase: “hasta no ver no creer”.
San Lucas, a quien se le atribuye el libro de Hechos de los Apóstoles, nos muestra, en síntesis, la vida de la primera comunidad y propone, en el texto que se escucha este domingo (Hechos 2: 42-47), un ideal que debe ser el modelo de la Iglesia. También de este texto podemos aprender las cuatro perseverancias de la primera comunidad de creyentes: Aceptar la enseñanza de los apóstoles, en la koinonía, en la fracción del pan y en la oración.
Aclarar un punto específico de la koinonía, la solidaridad. “Los que eran dueños de bienes o propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre todos, según las necesidades de cada uno” (Hechos 2: 45). No podemos afirmar que San Lucas esté pensando en una igualdad económica; no es ese el planteamiento. Sí podemos hablar, de solidaridad como consecuencia de la comunión y la renuncia a los bienes de algunos en favor de los pobres.
El evangelio de san Juan que escuchamos este domingo es muy sencillo de explicar, pero muy rico en su contenido. Las dos ocasiones que Jesús se aparece, el saludo es el deseo de paz: “La paz este con ustedes” (Jn 20: 19c. 21a. 26c). Las apariciones, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como un volver a esta vida solamente. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, dan que pensar y nos ayudan a entender que es un cuerpo glorioso, espiritualizado. El encuentro de la Magdalena con el jardinero, los discípulos de Emaús en la caminata, la pesca milagrosa después de trabajar toda la noche, son pruebas que es el mismo Jesús, pero no físicamente.
“Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20: 22). El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu, muy similar al Gn 2,7. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección, a pesar de las contradicciones que encontraran en el cumplir esa misión.
La figura de santo Tomas, que no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco; Jesucristo, el resucitado, va a mostrarse como Tomás quiere: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree” (Jn 20: 27). Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos. Diciendo “Señor mío y Dios mío”, es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíza en la confianza comunitaria, y así, experimentar que Jesús es Dios, un Dios de vida y no de muerte. Con esa prueba podemos gritar también nosotros: Dios no está muerto, Dios está vivo, y en Él creo, y Él nunca me defraudara.
“A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” (Jn 20: 23), el perdón de los pecados es el signo de la misericordia divina. En un mundo materialista donde parecería que el que más bienes posee es más querido. Los cristianos celebramos hoy todo lo contrario: la fiesta de la gratuidad, de la misericordia, del dar sin esperar nada a cambio. Porque eso es la resurrección. Toda ella es un acto de misericordia de Dios, quien ha dado gratuitamente lo máximo que se le puede dar a un ser humano: no solamente el perdón de los pecados y así superar la muerte, sino también hacernos llegar a la plenitud vida.
Que hoy podamos decir con santo Tomas, “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”, ayúdame a mostrar mi amor y solidaridad a mis hermanos más necesitados. Que nuestra fe nos impulse a seguir el ejemplo de la primera comunidad cristiana.