II DOMINGO DE PASCUA
DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA
Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
Nos encontramos en plena celebración del misterio pascual, dentro del marco singular del año Jubilar de la Misericordia y justo en el domingo que san Juan Pablo II quiso se denominara “Domingo de la Misericordia”. Así que iniciaré mencionando el Salmo Responsorial: “la misericordia del Señor es eternal”.
“Los apóstoles realizaban muchas señales milagrosas y prodigios en medio del pueblo” (Hech 5, 12). En la mentalidad hebrea respecto al hombre, con la muerte desaparece toda capacidad de actuación. Así pues, si los apóstoles realizan esos milagros y signos en nombre de Jesús de Nazaret, quiere decir para los hombres judíos que Jesús no está muerto, sino vivo.
“Y al volverme, vi siete lámparas de oro, y en medio de ellas, un hombre vestido de larga túnica, ceñida a la altura del pecho, con una franja de oro” (Ap 1, 13). El autor del Apocalipsis prefiere hacer una descripción visual; así, cada detalle tiene un significado. Su dignidad sacerdotal está evocada por la larga túnica de lino; su poder real por la cintura de oro; sus cabellos blancos simbolizan su eternidad; el ardor de sus ojos evoca su conocimiento perfecto; y sus pies de bronce su estabilidad.
Lo mismo sucede en el Evangelio de san Juan, cada detalle cuenta, cada detalle nos dice y nos expresa mas de lo que la palabra menciona.
- a) La donación de la paz.“La paz esté con ustedes” (Jn. 20, 21). Para quitar el miedo, Jesús les da la paz. Es el fruto del encuentro con El, así arrebata el miedo, trae la vida y la esperanza y devuelve el sentido de la existencia como personas y como discípulos.
- b) La donación del Espíritu.“Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20, 22). El Espíritu es el soplo de vida. Es el mismo soplo que dio vida al primer ser humano (Gn 2, 7). El aliento del Creador confirió la vida al primer ser humano. Ahora, el soplo del Resucitado, que transmite el Espíritu, quiere recrear al ser humano. La fe en la resurrección conduce a afirmar y defender la vida y luchar contra todos los signos de muerte.
- c) El perdón de los pecados. “A quienes les perdonen los pecados, Dios se los perdonará” (Jn 20, 22). El Resucitado otorga la salvación, y perdona la deserción y abandono de los discípulos en los momentos de la pasión y muerte del Maestro. No reciben por su traición ningún reproche ni les exige ningún gesto de reparación. El Resucitado trasmite a los discípulos su mismo poder para que, en su nombre, ellos mismos, débiles y pecadores, perdonen los pecados de sus semejantes.
Es en la comunidad en la que Cristo se ofrece. Es fácil ver cómo Jesús no se dirige en primer lugar a Tomás, sino que ofrece al paz a la comunidad (Jn 20: 26), “luego, dice a Tomás” (Jn 20: 27). El centro de su mensaje es el final del versículo: “sé creyente y no incrédulo”. La experiencia de la fe se da en el contexto de la comunidad en la que se reconoce que se tiene delante al Señor: “Señor mío y Dios mío” (v.28). Nada de tocar las llagas… Los teólogos dicen que paradójicamente la fe del Apóstol Tomas es una fe pura, sincera porque nace desde lo humano y sobrepasa toda duda.
Por medio de nuestras acciones, palabras y oraciones. “En estas tres formas” Él le dice a Sor Faustina “está contenida la plenitud de la misericordia” (Diario 742). Pidiendo la Misericordia de nuestro Señor, confiando en su Misericordia, y viviendo como personas misericordiosas nos podemos asegurar que escucharemos decir la hermosa promesa de “Bienaventurados los misericordiosos, ya que ellos obtendrán Misericordia”. Amen.