SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA
DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA
Por Nuestro Párroco, Padre Carmelo Jiménez
Iniciaré transcribiendo el final del Evangelio para este domingo: “Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre” (Jn 20: 30-31).
La historia que contaré, ya es bien conocida porque la he contado muchas ocasiones, pero para hablar de la Divina Misericordia pienso que no sé otra más, más la que yo he vivido. Esta historia tendría que ser Aníbal y su esposa quienes lo contaran pero ellos no creo que puedan escribirlo, pero si lo han dicho de viva voz, cuando se les ha pedido que prediquen retiro para los jóvenes.
Cuando pienso en Aníbal, aun hoy, pienso en una persona borracha, vagabunda, sin casa fija, alguien que no tiene valores. Desde que tengo uso de memoria, vi a Aníbal borracho por las calles, pidiendo monedas para seguir tomando.
Como muchos saben, durante 9 años vendí nieves o helados por las calles de mi pueblo y un lugar donde vendía mucho era la esquina donde estaba el prostíbulo. Ahí conocí a muchas personas, tanto las mujeres que trabajaban ahí como a los clientes, y quienes solo se andaban borracho como Aníbal.
El tiempo pasó, yo me fui al seminario y en unas vacaciones, pienso que 2 años después de estar estudiando en el seminario, regreso a casa, a trabajar. Al pasar frente a una casa muy sencilla, de piso de tierra, y casi cayéndose, sale una señora y me pide una nieve que me lo pagaría el sábado cuando haya vuelto su esposo. Reconozco a la señora, que era una de aquellas que trabajaba en el prostíbulo. Al acercarme a darle la nieve, veo hacia dentro de su casa, sencilla pero arreglada y limpia, sus cosas bien acomodadas. Su hijo también muy limpio, en su ropa y muy respetuoso. Y así le di una nieve cada día hasta llegar el sábado. El sábado es una voz varonil quien me llama, pide su cuenta de la semana, junto con la respectiva nieve del día para su niño. Cuando me está pagando, volteo a ver quién era, y ¡sorpresa! ¡Es Aníbal! El borracho pero ya no estaba borracho, tampoco olía mal; y ya no está pidiendo dinero, está pagando; ya no está harapiento, su ropa, sencilla pero limpia. Me pagó y me fui, pero en mi mente llevaba la gran sorpresa.
El domingo fui a ayudar a Misa de 10:00 am y al terminar, después de quitarme mi alba, al ir hacia fuera de la Iglesia, me detiene Aníbal y me lleva al centro, donde hace cruz y me pregunta: ¿te sorprendiste, verdad? Yo con la cabeza dije que sí. Y señala el Crucifijo que está en el altar principal y me dijo: “Solo El (señalándolo), solo El, fue capaz de perdonar mis pecados, transformarme y llenarme de su gracia, me devolvió la dignidad de hijo de Dios, me concedió una familia (abrazo a su esposa e hijo, en medio del llanto) y sostenerme de pie. Porque ningún católico ni hermano protestante fue capaz de convencerme. Pero Cristo es la misericordia viva de Dios. La Virgen (señalo a la virgen de Guadalupe) y la Eucaristía son donde encuentro fuerzas para seguir mi camino”. Todos estábamos llorando a ese punto. Aníbal, el borracho, me estaba dando la lección más grande de la misericordia divina.
Por eso quise iniciar con el final del texto del evangelio de este domingo porque hay muchas cosas que no se han escrito, porque han pasado en nuestras vidas y no cabrían en infinidad de libros. Porque hoy sabemos por las grandes obras de Jesucristo que “La misericordia del Señor es eterna” y podemos cantar “Aleluya” porque su amor y misericordia son únicas: perdona, lava los delitos, restituye la gracia y nos aumenta la esperanza ¡Feliz día de la Divina Misericordia!