XIII DOMINGO ORDINARIO
DISCIPULOS CON LA CRUZ A CUESTA
Por Nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
Este treceavo domingo del tiempo ordinario continua en la línea de envió-misión. Como escribo para una comunidad bilingüe, aclaro el termino misión, no es un tipo de retiro, con unas platicas y crecimiento espiritual, sino un “estar en salida”, como lo ha proclamado el Papa Francisco muchas veces. Entonces, misión es el hecho de salir y anunciar la Buena nueva.
Aclarado el término, también aclaro que la misión de los discípulos tiene sus exigencias radicales, pero también sus recompensas. Por eso, asumir nuestro compromiso bautismal – nos lo recuerda el apóstol Pablo – nos pone ante una decisión, ante una opción; hay que jugársela, tomar posturas y opciones claras, hay que aprender a “armar lio” dijo Papa Francisco a los jóvenes en Brasil.
“Entonces le dijo a su criado: ‘¿Qué podemos hacer por esta mujer?’ El criado le dijo: ‘Mira, no tiene hijos y su marido ya es un anciano’. Entonces dijo Eliseo: ‘Llámala’. El criado la llamó y ella, al llegar, se detuvo en la puerta. Eliseo le dijo: ‘El año que viene, por estas mismas fechas, tendrás un hijo en tus brazos’” (2 Rey 4: 14-16a). En la Biblia siempre se ha interpretado la maternidad tardía como una bendición, ya que las tradiciones populares religiosas consideraban la esterilidad como una maldición divina. Eliseo, a diferencia de Elías, es un hombre de Dios menos carismático, aunque realizó muchos milagros, cuyas historias están recogidas para mostrar que Dios actúa siempre misteriosamente y contradiciendo lo que los hombres piensan o proyectan al margen de Él. Leyendo todo el relato de aquella mujer, podemos resaltar el empeño y la confianza que esa mujer pone en aquél que le trae la ‘palabra de Dios’. No desespera en la adversidad, sino que busca confiadamente al hombre de Dios para que le asista.
Un punto importante en este relato es la acogida de aquella mujer, primero ella misma, luego involucra a su esposo y tercero, hagan un lugar especial para el hombre de Dios. Un ministerio muy propio de la iglesia en los EEUU es el ministerio de acogida (ujieres). En esta mujer encontramos un ejemplo de cómo deberíamos acoger a nuestros hermanos para celebrar el misterio divino en la santa Misa. Es ella la que acoge, la que lleva la iniciativa de construirle una pequeña morada al hombre de Dios. Y en la Biblia, quien acoge a un hombre de Dios, acoge a Dios mismo, y el evangelio nos afirma que no quedara sin recompensa. “Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa” (Mt 10: 42).
En el evangelio escuchamos las exigencias de un discípulo-misionero: “y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10: 38). Ser discípulo supone romper ciertas tradiciones que nos atan, hasta las más familiares. No se trata de romper afectos familiares, sino lazos que no nos dejan libres. El cristiano seguidor de Jesús, amante de la verdad del evangelio, debe amar al padre, a la madre, al hermano, pero nunca debe, a causa de ellos, ceder al odio, al rencor, a la violencia, a la maldición, como suele suceder en nuestros tiempos: ¡es pleito de mis papas, es pleito mío! ¡No! El cristiano está llamado a una cadena mucho más grande de solidaridad, hasta dar de beber un vaso de agua a cualquiera, sea quien sea, incluso al enemigo nuestro o de nuestra familia. Esto sonara muy fuerte, pero cierto: cuando hay enemigos o nos los creamos en nuestra mente o en nuestro corazón, estamos lejos de Jesús, de su causa del evangelio y de Dios mismo. Cuando hay odio muere el evangelio.
Si seguimos a Jesús, debemos renunciar a nosotros mismos y a lo nuestro. Quien acepte el evangelio debe hacerlo por voluntad propia, por honor, y por disfrute personal. Quien acepte estas radicalidades, no debe hacerlo en contra de su voluntad y de su libertad.
Tenemos nuestra declaración de misión parroquial y dice que nuestra misión es: hacer discípulos de Cristo. Eso supone que yo, parroquiano de San Miguel en Sebree, ya soy discípulo. Es bueno preguntarnos: ¿vivo las exigencias del discipulado? ¿acojo a todos, los amo verdaderamente y no hay odio en mí?
Las Palabras de hoy nos interpelan acerca de nuestra capacidad de entrega y acogida a la persona de Jesús y su Evangelio. Que esas mismas palabras nos impulsen a vivir nuestras promesas bautismales y demos testimonio de ser verdaderos discípulos de Cristo.