LA CIZAÑA Y EL TRIGO. LA MALDAD Y LA BONDAD
Por nuestro Párroco Padre Carmelo Jimenez
Las lecturas para este domingo nos hacen reflexionar en: la naturaleza humana, la conversión del pecador, la oración como ayuda a la conversión y finalmente, el juicio eterno: el premio para el cristiano justo y la desgracia del pecador. Muchos temas que pensar.
En la persona humana encontramos la bondad y la maldad, mezclada en la misma persona. Desde que nuestros primeros padres -Adán y Eva- pecaron, quedó en nuestra naturaleza la concupiscencia, es decir, la inclinación hacia el mal. Sin embargo, Dios vio que todas las cosas creadas eran buenas, incluso el hombre. Por ser buena la creación, incluso el ser humano, Dios le dio poder sobre sus obras. Pero el demonio, como padre de la mentira y todo pecado, tentó a Eva, y por ella también a Adán. Y así el hombre queda inclinado hacia el mal. En todo hombre y en toda mujer, religiosa o no, crea en Dios o no, existe lo bueno y lo malo, y constantemente tiene que estar decidiendo entre la bondad o la maldad. En el hombre está el trigo y la cizaña. Que no se puede quitar la cizaña sino hasta el juicio final, entonces mientras tanto, se espera la conversión del pecador.
En el evangelio de hoy escuchamos como los sirvientes del amo le dicen: “¿Quieres que vayamos a arrancar la cizaña?” así es nuestra naturaleza, todo lo queremos pronto, no tenemos paciencia. El amo pide dejar a la cizaña que crezca con el trigo y que llegara el momento del sega que lo separen. Así en el ser humano, deja Dios la maldad y la bondad, pero espera que la maldad sea superada por la bondad, y que la persona cambie. La primera lectura afirma: “tu poder es fundamento de tu justicia y por ser Señor de todos, eres misericordioso con todos”. Esa es la esperanza divina, que nuestro lado difícil, obscuro, o malo, se convierta en gracia, en luz y en bondad. Eso sucede cuando el cristiano se dispone interiormente a lo divino, porque Dios ha “llenado a sus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le da tiempo para que se arrepienta”.
Como ayuda a nuestra conversión está la oración pero desgraciadamente no sabemos siempre pedir, así lo reconoce San Pablo: “el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene”. Pero de la oración tomamos fuerza para poder cambiar y ser mejores cristiano cada día. La oración propia y la oración de la comunidad ayuda a nuestra conversión, recordemos a San Agustín, quien ante las palabras de su madre Mónica no quería hacer caso, pero ante la oración de su madre, llegó el momento en que se convirtió y se hizo santo.
Finalmente, todos vamos a pasar por el juicio. Dios es amor, esa es una gran verdad, pero también es justo. Por lo tanto no tentemos la misericordia divina pensando que siempre tiene la obligación de perdonar y que en el último momento nos perdonará. El evangelio afirma: “el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre”.
Ahora bien hermanos y hermanas, si existe la maldad y la bondad en cada uno de nosotros, vayamos constantemente a la oración para pedir el auxilio divino y poder elegir la bondad y la caridad. Pidamos la gracia de la conversión constante y gradual, y nunca pensemos que ya nos convertimos. Que Dios nos de su Espíritu para que vivamos como verdaderos hijos e hijas de Él, viviendo las virtudes y evitando los vicios. Que Dios, quien nos creó buenos desde el principio, nos de la gracia de perseverar en nuestra fe, seguir creciendo en gracia hasta convertirnos totalmente a Él y podamos un día, ser juzgados con amor y misericordia. Que Dios nos dé el premio de la vida eterna.