Hace algunos días atrás, un buen amigo me envió una foto del día de mi ordenación, donde mi madre me está dando su bendición y, desde que vi la foto se vinieron a mi memoria muchísimos recuerdos y mi memoria voló 15 años atrás, a volver a recordar. No tengo muchas fotos conmigo de mi ordenación, por eso le pedí a mi hermana que me enviara las fotos que tuviera, y ella con gusto me envió las que tenía, algunas de mis padres y vinieron a mi mente los recuerdos y las memorias que están grabadas en mí. Y con ellas, las lágrimas de nostalgia porque ninguno de los dos – papá y mamá- están para celebrar el aniversario de la ordenación, estos 15 años de luchas, fracasos y logros pastorales. Pero, volviendo al recuerdo de mis padres, pensar también en cuantas cosas bonitas pasamos con ellos, pensar en la responsabilidad que tuvieron al criarnos y la transmisión de la fe, es pensar en cosas alegres que sin duda les alcanzarán o ya les alcanzaron el cielo, donde ellos están disfrutando de la vida nueva que únicamente nos los trae la Resurrección de Cristo.
El jueves santo resonaba con fuerza: “¡hagan esto en memoria mía!” Y traer a la memoria es volver a revivir los acontecimientos, especialmente la Eucaristía. ¡Hagan esto! ¿Qué y quiénes? La conmemoración de su entrega, de quererse hacer alimento para el peregrino. ¿Quiénes? Los apóstoles, los llamados y enviados por Cristo. Los que ya lo han visto y oído, traigan a la memoria del pueblo lo vivido y experimentado, lo escuchado y aprendido, para que entonces también el pueblo de Dios experimente la alegría de la vida.
Pero, en la memoria también hay cosas fuertes, donde se ponen en riesgo la vida. Así, el viernes santo se convierte en un conmemorar, la entrega, la traición de uno, hasta llegar al patíbulo de la cruz, donde destruido, al parecer, Cristo es elevado como ignominia y para enseñanza de que nadie se atreva a hacer lo que él hizo en contra de los judíos que lo llevaron a muerte; pero… ¡Oh sorpresa! Domingo por la mañana aquellas piadosas mujeres van en búsqueda del cuerpo del Señor para preparar el cuerpo para que se quede en la tumba para la eternidad y con lo que se encuentran es que no hay nadie, el ángel les dice: “¡no teman, ya ha resucitado e ira por delante de ustedes a Galilea donde lo podrán ver!” María Magdalena lo confunde con el jardinero. Los discípulos de Emaús no lo reconocen. Pero ven la tumba vacía, y este es otro momento que tiene que quedarse en la memoria, porque ahora los apóstoles, los discípulos y las mujeres piadosas inician a atar cabos y entienden que eso proclamaba Jesús mismo, que al tercer día resucitaría.
Con la conmemoración de la Resurrección de Cristo vienen las lágrimas y la nostalgia, porque humanamente no podemos entender que ya no está en una tumba. Lágrimas y nostalgias que se convierten en fuerzas y gracias porque nos llegan la esperanza de la vida a todos nosotros. Con su propia resurrección, Cristo, vence a la muerte y al demonio, y rescata nuestras vidas para la resurrección eterna, y con ella viene la alegría. El ángel de Dios dice: “no teman” y los discípulos de Emaús proclaman: “¡con razón nuestro corazón ardía!” Y yo puedo decir ” por la misericordia y Resurrección de Cristo, mis padres están con vida”.
Que vivamos la alegría y la esperanza en Cristo Resucitado que nos da nueva viva. Que cada cristiano traiga a la memoria los momentos alegres y cercanos a Cristo y pueda conmemorar con otros hermanos y hermanas para rescatarlos del poder del pecado y de la muerte. Que Cristo resucitado nos de nuevas fuerzas y alegría para continuar nuestro camino de fe, hasta llegar un día a su encuentro.
Vivamos la alegría, compartamos nuestra alegría. Porque la muerte no tiene más el dominio. ¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo vive! ¡Cristo está con nosotros! Por eso cantemos Aleluya y proclamemos nuestra fe en Cristo Resucitado. Felices Pascuas de Resurrección.