Hemos caminado ya los cuarenta días de la Cuaresma e iniciamos la Semana Santa, la Semana Mayor para todo cristiano. Y hoy contemplaremos a Jesucristo que va a Jerusalén montado en un burrito, en un animal de yugo dice la lectura. La gente, el pueblo de Dios, el pueblo creyente, reconoce a Cristo como su Rey, lo aclama con sus palmas, pero es un grito que viene del fondo del corazón, porque ya están hartos de las leyes y proceder de los reyes de la tierra. El grito de ¡Hosanna al Hijo de David! Es un grito de esperanza de que quien viene es alguien con más poder que los reyes de la tierra.
En el 2002 recibí una parroquia, que se desprendía de otra parroquia con territorio muy grande. Era el inicio de una nueva parroquia y para celebrarlo adornaron toda la entrada con palmas y globos. Fue una decisión muy rápida. Habían algunos problemas entre el pueblo y el sacerdote, y por seguridad del sacerdote deciden que no vaya más ese padre a ese lugar. El obispo me pidió, si yo podía hacerme cargo de la atención de ese pueblo y le dije que sí, bajo la condición de que lo hiciera parroquia, nunca dudo e inmediatamente dijo sí. Yo pregunte -ese día era martes- si cuando se haría el cambio y me dice: “este domingo que viene, ponte de acuerdo con el párroco de allá”. Fui, hable con el padre ese mismo y quedamos que el domingo a las 6:00 pm. Yo seguiría viviendo en la parroquia en que estaba porque no tenían casa parroquial a donde iba. Yo termine mis compromisos en ese lugar el sábado. Domingo por la mañana fui a la parroquia –que recibiría por la tarde- para ver qué pasaba, gente adornando la iglesia, las calles, algunas casas por donde pasaría el nuevo padrecito. Salude a muchas de esas personas, que serían mi rebaño, sin que ellos supieran quien era yo. Denotaban la alegría, el entusiasmo de que veían venir un nuevo espíritu de vida parroquial. Eso me cuestiono a mí y me comprometía. Por la tarde, al llegar a la entrada del pueblo me detuvieron, ya habían designado una persona que llevara mi carro a la parroquia y yo caminaría con ellos, gritan vivas, por el pueblo y por el nuevo padre, por la nueva parroquia, había esperanza de hacer mejor las cosas, querían seguir creciendo en su fe, sabían que venían retos pero la esperanza era mayor. Aquella noche, después de presidir la misa, cargue la imagen sagrada de un Cristo y me puse a saludar a la gente, venían por familias, me decían su nombre, me pedían los bendijera y así lo hice. Con cada saludo era la personificación y no el montón de gente, era el concretar las alegría y esperanza de…
Aquel domingo de Ramos durante la entrada triunfal en Jerusalén, no hay nada planeado, se va dando, el ver llegar a Jesús despierta la energía necesaria para vivir, para creer, para amar con nuevos ímpetus. Otros utilizan las masas y manipulan los sueños, Jesús toca el interior de la persona para que vuele alto, para que sea generoso, para que conquiste su libertad. Todo esto significa el Domingo de Ramos, todo esto significan mis gritos y mis cantos.
Jesús pasa y sigue pasando por nuestras vidas, y no podemos cerrar nuestros ojos a su amor y a su misericordia. Es Dios, ha dado muestra de su poder, El Padre Dios ha dado testimonio de que Cristo es su Hijo con las obras realizadas: Cristo ha devuelto la vista al ciego de nacimiento, ha curado la lepra, ha sanado a paralíticos, a sordos, a mudos, a expulsado demonios y ha devuelto la vida a… Y hoy llega a Jerusalén, y la gente lo reconoce y no puede quedarse callada, y hoy llega a mí, y no puedo ni debo quedarme callado y debo de gritar que Cristo es Rey y que viene desde la humildad a conquistar mi interior. Si, Cristo pasa hoy por entre medio de nosotros, y sus obras y milagros están presentes y siguen pasando, y deben hacernos gritar nuevamente y aceptarlo a Él como nuestro Señor, y poner en el nuestra fe y esperanza porque sólo en el encontramos la vida eterna y debería impulsarnos a seguir a Jesús.
Que hoy sea la proclamación de nuestra, de nuestra liberación, de gritarle al mundo que mi Dios está vivo, que mi Rey no ha muerto, que sigue obrando el amor y la misericordia. Que nuestra palma sea el reconocimiento de que Dios existe en mí y en familia, que Él sea la protección nuestra, y que Él –Jescristo- sea nuestra esperanza final. Amén.