JESUS, FUENTE DE AGUA VIVA

III DOMINGO DE CUARESMA

JESUS, FUENTE DE AGUA VIVA

Por Nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez

Este tercer domingo reflexionaremos en la Fuente de Agua Viva: Jesús. He contado muchas veces mi experiencia tenida en el Monte Sinaí, no la volveré a contar hoy. Caminamos desde media noche para estar a las 4:30 am en lo alto del monte y poder contemplar el amanecer. A todos lados donde uno mira, no ve más que piedras y más piedras. Todos los cerros no tienen nada más que rocas, no se ve ningún árbol, todo es árido. Por lo tanto, encontrar un pequeño manantial de agua es un tesoro.

“Yo estaré ante ti, sobre la peña, en Horeb. Golpea la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo” (Ex. 17: 6a). Es entendible que el pueblo de Israel, después de caminar muchos años por el desierto, en ciertos lugares no encontrará suficiente agua para beber. Lo que no es entendible es la desconfianza en Dios: “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” (Ex 17: 7b). Siempre, Dios, había estado con ellos, nunca los había abandonado y una vez más, da muestra de su amor y cuidado de su pueblo.

Existe en el Jordania un pequeño pueblo que se llama Wadi Musa (Valle de Moisés) que para muchos es completamente desconocido, pero muchos conocen la historia de la preciosa Ciudad de Petra, hecha entre piedras de donde viene su nombre. Wadi Musa es el centro administrativo de Petra. Pero Wadi Musa no es importante por Petra sino por ser los guardianes del manantial de agua que brota de una piedra, que la historia cuenta que es la roca que toco Moisés con su cayado. En la historia de ese pueblo lleva grabada que ese manantial ha dado agua a muchas generaciones, pueblos y también a muchos animales. La gente va hasta ahí con cubetas para llevar agua a sus casas. Existen canales que recorren el pequeño poblado y en su tiempo, llego hasta Petra para llevarles agua hasta allá.

El evangelio de este domingo no es tomado de san Mateo sino de san Juan quien nos ofrece un relato muy precioso del encuentro entre Jesús y la samaritana. Jesús va de Jerusalén a Galilea, y fatigado del camino pasa por Samaría, que era un lugar que evitaban los judíos piadosos. El, Jesús, un hombre, un judío y, de alguna manera, Dios manda a una mujer pecadora y herética. Jesús pide a una samaritana, a una persona que por herejía solo podía dar hastío y maldición. Pero bien sabemos que Jesús le pide para dar él mucho más. “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Jn 4: 9) La relación entre judíos y samaritanos, fue y es una vieja historia de odios y rencores a causa de la religión. Los samaritanos se consideraban herederos de los patriarcas, tenían su Pentateuco, creían en Dios, pero unos y otros pensaban que su dios era mejor que el otro, y su templo, y su monte santo, y su agua y sus fuentes.

Jesús no pasa por casualidad por aquél camino, Él había elegido el camino por el que debía pasar y le pide a la mujer agua; llega pidiendo, no ofreciendo. Jesús escucha las quejas de la mujer samaritana contra los judíos; pero Jesús, en el evangelio no representa a los judíos, aunque sea confundido con uno de ellos. Esta es la gran enseñanza de Jesús, que pide, para dar; pregunta, para responder; siente sed, para ofrecerse como agua viva.

“Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4: 23-24). Jesús da a conocer una religión nueva y un culto nuevo: el culto en Espíritu y verdad. El Espíritu dará a conocer cuál es el culto que tiene sentido: el conocer a Dios y el adorarlo como Padre. Pero los judíos y los samaritanos no adoran precisamente a un Dios como Padre, sino a un dios que ellos mismos se han creado a su modo y manera; el dios que justifica sus odios y rencores; una religión que se ha metido en algunas de nuestras iglesias.

La samaritana, dialoga con Jesús y al reconocerlo, cambia. Además, lleva su alegría a los demás. Ha encontrado una fuente de agua viva, fuente de amor y perdón, una nueva religión y un culto diferente; el tener en Dios, un Padre. Que nuestro desierto cuaresmal nos haga sentir sed de agua viva, de Jesús, y encontrándonos con El podamos cambiar, dejando en el pasado odios y rencores. Y podamos llevar a muchos más hermanos y hermanas nuestra alegría del encuentro con Jesús.

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