XXX DOMINGO ORDINARIO
LA JUSTIFICACIO ES DON DIVINO
Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
Este es ya el décimo tercer Domingo del Tiempo Ordinario, y nuestra reflexión nos llevará a pensar en el final de nuestra vida, lo cual va a cuestionar nuestra fe y nuestra manera de vivir, como prepararnos al encuentro con Dios.
“El Señor es un juez que no se deja impresionar por apariencias.” (Sir 35: 12) Dios ha sido y será siempre el modelo inalcanzable de justicia y equidad, a pesar de todas las apariencias y apreciaciones de los hombres. Es cierto y se ha afirmado, que Dios tiene preferencia por los pobres, huérfanos y viudas, pero eso no quita que no sea justo también con los ricos. Podríamos preguntarnos qué pasa con el mal y la retribución, y haré las preguntas tan conocidas: ¿Por qué los ricos y los malosos prosperan y al pobre le va cada día peor? Volteemos a ver a Haití, el más pobre, que parece que la naturaleza se ensaña contra ellos ¿Qué sentido tiene el sufrimiento y el mal en el mundo? ¿Por qué tantas desigualdades y racismo entre los hombres? ¿Por qué los que tienen más y son más fuertes desprecian a los débiles y les explotan y oprimen?… Si Dios actúa siempre con imparcialidad, entonces ¿qué pasa? Pronto o tarde hará justicia a todos. La justicia de Dios se manifiesta en dos direcciones: que nunca castigará más de lo debido; que siempre estará atenuada por la misericordia. Los pobres y los débiles son los especiales protegidos de Dios y por su ley. La promesa de salvación se ve como inclinada hacia los pobres, no porque así sea, sino porque es más fácil que ellos se mantengan firmes en la fe y esperanza en Dios. Muchos, al poseer riquezas (no solo económicas) pierden de vista que es don de Dios y algunos aferran su corazón a sus bienes materiales.
Me tocó por gracia de Dios, colaborar con Mons. Samuel Ruiz García, fue obispo de San Cristóbal de las Casas. Él fue uno de los que tomó como bandera de su pastoral la teología de la liberación. Toda su pastoral fue una excepcional opción preferencial por los pobres. Aprendió a hablar varias lenguas descendientes del maya para poder comunicarse directamente con sus fieles y no usar traductores que decían solo lo que convenía que supiera. Ciertamente, siempre defendía al pobre y al que menos tenía. Buscó el progreso de los pueblos e impulsó a sus sacerdotes a buscar el bienestar social de sus comunidades parroquiales. En muchas parroquias se instalaron escuelas con solo promotores de la educación sin ser maestros, pero con la esperanza de que su gente aprendiera. Por todas esas acciones, los ricos y poderosos lo rechazaron, e incluso hubo obispos que no lo apoyaron en su pastoral. Pero si alguien pregunta por Tatic Samuel, todos los conocen y hablan de él, porque nunca abandonó a su pueblo. Incluso el Papa Francisco fue a rezar a su tumba. Si eso pasó con un obispo ¿creen que Dios abandonará a quien lo invoca?
“Yo les aseguro que éste (el publicano) bajó a su casa justificado y aquél no (el fariseo); porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.” (Lc 18:14) El fariseo ¿Pudo hacer una oración mejor? Sí, porque su conducta parece intachable. Pero le faltaba lo principal: no experimenta la gratuidad de Dios. En el fondo de su corazón no sabe quién es ese Dios al que ora y adora. Nunca descubrió el verdadero rostro de Dios. Su corazón era duro y nunca vio la misericordia divina. El publicano, se mantiene lejos, oculto, avergonzado, con temor de ser descubierto por los demás. Él se limita a orar con el Salmo que David compuso al descubrir su culpa, su grave falta ante Dios. El publicano reza con el Salmo 51: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa… Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias, Señor.” El publicano sólo puede ofrecer a Dios una vida rota, un reconocimiento sincero y un corazón quebrantado y humillado.
Dios actúa en el publicano perdonando, como lo hizo con el hijo prodigo, como lo hizo con la mujer adúltera, como lo hizo con Zaqueo, como lo hizo con Pedro después de su traición, como lo hizo con Ignacio de Loyola, como lo hace conmigo y con cada uno de ustedes. Dios es un Padre lleno de misericordia y dispuesto siempre a perdonar. La justificación, no es por las acciones buenas, sino que es un don gratuito de Dios, que lo reciben los que se abren a su gracia y misericordia.
Que sepamos reconocer la bondad, gratuidad y misericordia divina y que vivamos conforme a la voluntad de Dios nuestro Padre. Amen