XX DOMINGO ORDINARIO
EL PROFETA DENUNCIA EL PECADO
Por Nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
Las lecturas para este domingo nos hacen reflexionar en una gran realidad: la suerte del profeta. Si es un verdadero profeta, tendrá que denunciar las cosas que van contra la voluntad de Dios (el pecado) y anunciar todo y únicamente lo que Dios quiere. Esto lleva al profeta a tener consecuencias serias en su vida. Podríamos afirmar: ¡la verdad duele y es incómoda!
La primera lectura nos relata la pasión del profeta Jeremías. Quienes lo tenían prisionero le dijeron al rey: “Hay que matar a este hombre, porque las cosas que dice desmoralizan a los guerreros que quedan en esta ciudad y a todo el pueblo. Es evidente que no busca el bienestar del pueblo, sino su perdición.” (Jer 38: 4) La situación para el pueblo era delicada, muchas injusticias, poco o nulo amor al pueblo, muchos presos injustamente, y la pobreza generalizada. Así, que el profeta no le quedaba más que denunciar lo que veía porque ha de llevar adelante su ministerio profético aun en circunstancias difíciles. Sus sufrimientos sin que levante la voz, revelan la intimidad del alma de Jeremías, caracterizado por una exquisita sensibilidad, un amor entrañable a su pueblo y una fidelidad a Dios inquebrantable.
San Pablo por su parte, en la segunda lectura nos exhorta a la perseverancia y fortaleza en medio de las dificultades, las contrariedades y persecuciones. Él nos invita a fijar la mirada en Jesús que es quien abre camino. “Dejemos todo lo que nos estorba; librémonos del pecado que nos ata, para correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, fija la mirada en Jesús.” (Heb 12: 1b-2a) Toda la historia de la salvación está orientada a alcanzar la meta de la esperanza, la vida eterna. El discípulo debe tener los ojos fijos en Jesús. Es necesario seguir adelante siempre y sin frustraciones y, como sabemos, en medio de persecuciones a muerte. Olvidando lo que hemos dejado atrás, lanzarnos hacia delante en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde lo alto.
El evangelio es una noticia inquietante, que puede engendrar la división. “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12: 49) En el día de Pentecostés, nos narra el libro de los Hechos de los Apóstoles, descendieron ráfagas de fuego sobre los apóstoles, un fuego que purifica y fortalece. En este pasaje evangélico se trata de un fuego purificador: es necesario que la humanidad sea acrisolada al fuego para entrar en la gloria. La relación de fuego y bautismo sugiere igualmente la idea de la regeneración total.
“¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división.” (Lc 12: 51) Jesús proclamó dichosos a los promotores de la paz; se opuso a la violencia. La sangre de su cruz establece la reconciliación y la paz entre todas las cosas y entre los hombres y Dios. ¿Cómo entender entonces estas palabras? Cuando Jesús pide, como condición para seguirle, que hay que negarse incluso a sí mismo, está suscitando una elección radical. En una misma familia puede haber miembros que se deciden por el seguimiento y otros no. Entonces se produce una división, no querida directamente por Jesús, sino resultado de la opción tomada por el discípulo que decide seguirle por encima de todo.
En nuestro bautismo fuimos consagrados sacerdotes, profeta y reyes, ¿Estoy viviendo mi ser profético? ¿Denuncio el pecado? ¿Me opongo a todo aquello que nos lleva contra la voluntad de Dios? Pidamos la gracia y la valentía para denunciar las injusticias en contra de… la familia, la vida, los migrantes, los niños, etc. ¡Que nuestra opción por Jesús y su Reino sea radical, constante y valiente!