XVII DOMINGO ORDINARIO
LA ORACION, INTIMIDAD CON DIOS
Por nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
Cada domingo he insistido en la continuidad de las lecturas y este domingo no podía faltar. He invitado a reflexionar en la elección, el llamado, el envío, la vivencia de la vida Cristiana: en los mandamientos, en la aceptación del prójimo. Pero el mundo contradice todo el ideal cristiano ¿quién me ayudará? Y las lecturas de este domingo nos recuerdan el valor de la oración ¡Pedid y se os dará!
La primera lectura es el vivo ejemplo de la súplica e intercesión. Abraham, en un diálogo elocuente con Dios, suplica por la vida de los de Sodoma, en esa ciudad se vivía su sobrino Lot. Por esa razón no se cansa de hacerlo, así que insiste e insiste: “Abraham siguió insistiendo: ‘Que no se enoje mi Señor, si sigo hablando, ¿y si hubiera treinta?” El Señor le dijo: “No lo haré, si hay treinta.’” (Gen 18: 30) y continuó su intercesión. Dios es un juez intachable que no puede quebrantar la justicia destruyendo a los inocentes junto con los culpables. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, por eso nos invita, nos llama y nos da oportunidades de conversión. Al final de la lectura, Dios está dispuesto a perdonar a toda la ciudad aunque sólo se encontrasen en ella diez personas inocentes. Hoy seguimos necesitando ese acercamiento a Dios, como lo hizo Abrahán y por las mismas razones o semejantes que las que tuvo él.
La segunda lectura es tomada de una carta preciosa de San Pablo a los Colosenses y nos dice: “Ustedes estaban muertos por sus pecados y no pertenecían al pueblo de la alianza. Pero él les dio una vida nueva con Cristo, perdonándoles todos los pecados.” (Col 2:13) Por el bautismo los hombres pasan a ser propiedad de aquel en cuyo nombre se bautizan, es decir, de Dios Padre y de Cristo Jesús, del Espíritu. El bautismo es participación y comunión real en la muerte, sepultura y resurrección de Jesús. En la resurrección de Jesucristo, toda la humanidad es llamada a la resurrección y a la vida. Este es el mensaje central de todo el Nuevo Testamento que tendríamos que proclamar incansablemente porque es la base más segura de la esperanza en la vida eterna.
“Un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: ‘Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.’” (Lc 11:1) La lectura recoge una hermosa catequesis sobre la oración, colocando en el centro la oración del Padrenuestro. San Lucas ofrece una catequesis a aquellos que no saben orar, con la finalidad de enseñarles a hacerlo. He escuchado muchas veces: yo creo que Dios ya está cansado de mí, ya no me escucha. Entonces podríamos preguntarnos: ¿cómo es nuestra oración? ¿con qué frecuencia oramos? ¿influye realmente la oración en nuestra conducta? La oración tiene muchos aspectos y puede hacerse de muchas maneras por eso requiere un aprendizaje. En la antigüedad existían muchas escuela de oración, o más bien, muchos modelos de oración. También hoy existen muchas “escuelas de oración”. Lo pongo entre comillas porque tendríamos que seguir el ejemplo de Jesucristo, pero hay quienes se apropian de algunos modelos, alejándonos de la que nos enseña Jesús.
El Padrenuestro resume los ideales por los que vivió y murió Jesús. Estos son los valores que apasionaron a Jesús y le impulsaron al ministerio evangelizador y dar su vida en totalidad: el Padre, la santidad, el Reino, hacer la voluntad divina, el alimento, la misericordia, la fortaleza ante el mal. Por eso el Padrenuestro le llamamos la oración por excelencia. Y al enseñar a los discípulos, Jesús quiere introducir en su intimidad con el Padre a todos los discípulos, incluyéndonos a nosotros también.
La oración no es un quehacer reservado para algunos tiempos y lugares. San Benito decía: “Ora et labora, labora et Ora – Ora y trabaja, trabaja y ora”. La oración es un diálogo íntimo con el amigo, con el Padre y con el Huésped del alma, por lo tanto es posible realizarla siempre y en todo lugar. Al final, siempre tiene su fruto la oración. Para poder vivir bien nuestra vida cristiana tenemos como ayuda la oración, por ser el momento intimo con Dios. ¡Regalémonos tiempo para el dialogo intimo con Dios!