IV DOMINGO DE CUARESMA
LA MISERICORDIA DIVINA
Por Nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
En este cuarto domingo de cuaresma, la centra la reflexión en la Misericordia Divina. Si buscaras textos bíblicos, no encontraremos más exactos que el texto de san Lucas que escuchamos este domingo: Lc 15, 1-3. 11-32, el cual es conocido como el Hijo Prodigo. Pero me gustaría llamarlo mejor: la parábola del padre misericordioso. Si recordamos el domingo pasado escuchábamos el nombre de Dios: “Yo soy”, y el salmo lo completaba: “compasivo y misericordioso”. Ese es el nombre de Dios: compasivo y misericordioso.
El Papa Francisco afirma en la Bula: el Rostro de la Misericordia, en el párrafo # 9a: “En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón”.
La parábola del Padre Misericordioso, es que un padre tiene dos hijos. El Padre de estos dos hijos es Dios. Los dos hijos son los dos pueblos: el hijo mayor es el pueblo judío, y el hijo menor es el pueblo gentil. La herencia recibida es: la libertad, la inteligencia, la memoria, y todo aquello que Dios nos dio para que lo conozcamos y lo alabemos.
La figura del hijo menor es el pueblo gentil. Se alejó de la casa del Padre hacia una región lejana, para derrochar el tesoro y disipar la herencia que Dios pródigamente le había confiado. Y allá en esa región del pecado se fue oscureciendo la imagen y semejanza que el Creador había impreso en su alma. Quería una libertad sin límites, la cual Dios respeta, y lo dejo marchar, no está de acuerdo, pero lo permite. El joven dejó llevar por ilusorios espejismos, tratando de saciar la sed de felicidad que se anidaba en su corazón con los placeres de este mundo. Podemos distinguir dos elementos que fueron fundamentales para la vuelta a casa: la reflexión y el sentido de familia. El joven llegó a la vaciedad de todo, de lo moral, de lo espiritual, de sus valores personales y se puso a reflexionar: “¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre!” (Lc 15: 17). Será la reflexión sobre nuestros pasos la que nos permitirá conocernos mejor a la luz de Dios, confesando así nuestra miseria. Segundo elemento: el sentido de familia: Si este hijo menor se decide a volver es porque en la casa de su Padre siente seguridad, el amor y ternura de su Padre, además de las comodidades que le brindaba la vida familiar.
La figura del hijo mayor es el pueblo judío cumplidor de la ley, fiel a la Alianza divina, guiado por los Patriarcas y Profetas. Sin embargo, poco a poco, un gusano fue carcomiendo esta fidelidad, el peor de los males, la soberbia. Se creía con derechos ante su padre. Se creía justo. A la soberbia y presunción del mérito propio, se le juntaron el resentimiento, la envidia, la ira, la tristeza interior. ¡Qué pena, pues este hijo mayor vino a romper la sinfonía maravillosa de la casa y no quiso entrar en la fiesta de la misericordia!
Por último, la figura del Padre. El Padre fue misericordioso con el hijo menor y con el mayor, también. Con el hijo menor, misericordia demostrada en los detalles: le respeta la libertad, sabe esperar con paciencia el tiempo de la maduración de su hijo, lo recibe con júbilo y esplendidez, y lo restituye en su dignidad humana y espiritual. Con el hijo mayor, misericordia demostrada en los detalles: sale para llamar al hijo, le invita a la fiesta común, soporta la humillación de su hijo al echarle en cara tanta misericordia con el menor, y le hace saber que en casa no es esclavo, sino hijo, y que puede disponer de los bienes de la familia.
El Padre derramó lágrimas de alegría por el regreso del hijo menor; pero también de tristeza y pena, por el hijo mayor. “La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros” (Bula: Misericordiae Vultus #9d).Abramos nuestros corazones a la misericordia divina, reconciliémonos con Dios, con nuestros hermanos y con nosotros mismo.