SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI
¡HAGAN ESTO EN CONMEMORACION MIA!
Por Nuestro Párroco, el Padre Carmelo Jiménez
Eucaristía y sacerdocio se instituyen exactamente con las mismas palabras: ¡haced en conmemoración mía! Podríamos hacer un par de preguntas para saber el origen de estos sacramentos: ¿Qué? ¿Quiénes? La respuesta nos lo sabemos: la EUCARISTIA, los sacerdotes.
En April del 99, cuando me iban a ordenar sacerdote, mi madre estaba en el hospital muy grave. Recuerdo que hablé con mis hermanos respecto a la posibilidad de muerte de mi madre en el día de mi ordenación. Les pedí, si eso pasaba, que me dieran permiso para ir a recibir la ordenación y poder celebrar la Eucaristía (mi primera misa) para mi madre. Todos estuvieron de acuerdo, que aunque nadie estuviera presente conmigo, lo hiciera así.
Yo estaba seguro de que: “Cuando Cristo se presentó como sumo sacerdote que nos obtiene los bienes definitivos, penetró una sola vez y para siempre en el ‘lugar santísimo’, a través de una tienda, que no estaba hecha por mano de hombres, ni pertenecía a esta creación. No llevó consigo sangre de animales, sino su propia sangre, con la cual nos obtuvo una redención eterna” (Heb. 9: 11-12). Que esa sangre preciosa de Cristo le daría vida a mi madre, esa vida que nadie nos lo puede ofrecer, y que solo lo conseguimos por Cristo, y es ofrecida para quienes lo reciben en la Eucaristía.
Así en la Primera lectura escuchamos: “Entonces tomó el libro de la alianza y lo leyó al pueblo, y el pueblo respondió: ‘Obedeceremos. Haremos todo lo que manda el Señor’. Luego Moisés roció al pueblo con la sangre, diciendo: «Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes, conforme a las palabras que han oído»” (Ex. 24: 7-8). La alianza que establece Dios con el hombre no es entre iguales sino de superior a inferior. Es una alianza que lleva el compromiso de parte del superior para defender y proteger al inferior y este, por su parte, se compromete a obedecer, respetarle y a no traicionar la alianza pactada. La alianza eleva al inferior a la categoría de “amigo” del superior, lo cual le concede al inferior el privilegio de esa amistad. El resultado es una oferta de amistad y de comunión lo más cercana y profunda que se pueda dar. Es una gratuidad y tiene que ser garantizada por ambas partes. Dios da su palabra a Moises para ser transmitida al pueblo y cumple esa palabra; por su parte el hombre ha de hacer lo propio también. Y el sello de ese profundo compromiso se visualiza en la sangre. En la sangre está la vida. Son vidas lo que se comprometen en la alianza y, en consecuencia, una comunión vital y no pasajera.
San Marcos en su evangelio nos ofrece la narración más antigua de la Ultima Cena e institución de la Eucaristía: “Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen: esto es mi cuerpo”. Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: “Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios” (Mc. 14: 22-26). No es una parte del ser de Jesus lo que se nos entrega sino la totalidad del ser humano y divino de Jesús. Después de la institución de la Eucaristía cuando los creyentes celebramos su “memoria” en el sacramento, estamos participando en la gozosa experiencia de encontrarnos personalmente con Él. Sin embargo, la teología reflexiona profundamente sobre cómo entender las palabras de Jesús. El resultado es que ahí, en el Pan Eucarístico, está todo Jesús donándose en comunión de vida para todos. Más todavía: el significado primero de estas palabras en san Marcos expresan intensamente el sentido de comunión y reunión. Y es la secuencia que nos afirma: “Hay cosas que no entendemos, pues no alcanza la razón; más si las vemos con fe, entrarán al corazón”.
Celebrar la memoria de Jesús no es un simple recuerdo, sino una presencia viva que nos urge a caminar. Y este es el testimonio ante el mundo, que evangeliza: un testimonio de esperanza firme, de comunión auténtica, de solidaridad gozosa y generosa. Todos nosotros que participamos de un mismo Pan y de un mismo Cáliz, quienes tenemos un mismo destino debemos ser un signo creíble para nuestro mundo tan dividido por intereses complejos y poco solidarios. Que el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos den la fuerza para nuestro caminar en el seguimiento y cumplimiento de su voluntad.