Por Nuestro Párroco, P. Carmelo Jiménez
Para este domingo las lecturas son preciosas porque nos dan a conocer al gran Desconocido: el Espíritu Santo. Constantemente rezamos a Dios Padre, y Jesucristo nuestro Señor. Muy pocas, pero muy pocas veces le rezamos al Espíritu Santo. Siendo que la tercera persona de la Santísima Trinidad es quien impulsa toda la vida de la Iglesia y nuestra propia vida, y es la más desconocida.
¿De dónde viene la celebración de pentecostés? Esta solemnidad era una fiesta judía, que originalmente se la llamaba Fiesta de la Siega porque se ofrecían a Dios las primeros frutos o gavillas de la nueva cosecha y se le daban gracias por los frutos de la tierra (también se llamaba Fiesta de las Semanas, porque se celebraba siete semanas después de Pascua, por eso el nombre de Pentecostés: quincuagésimo día). Mucho tiempo después se le dio un valor espiritual y se celebraba en ella la estipulación y promulgación de la Alianza en el Sinaí entre Dios y su pueblo.
“El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar. De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte… se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse (Hechos 2: 1-2a. 4) Los Apóstoles aquel día de Pentecostés, aún seguían a puertas cerradas por miedo a los judíos, ya 50 días de que Cristo había resucitado, 50 días de gozar a tiempitos (cortos tiempo) de Cristo. Lo vieron ascender y aun sus corazones lo siguen añorando. Pero en el momento de la venida del Espíritu Santo abrieron las puertas y ventanas del lugar donde se encontraban y proclamaron su fe con fuerza; el miedo se fue tal como llegó el Espíritu Santo. Abramos nuestros corazones y dejemos que nos inunde el Espíritu Santo, para que no quede ningún espacio a temores ni miedos. Quien se encierra en sí mismo vivirá con temores y desilusiones, quien se abre a las inspiraciones divinas y se deja llevar por Dios y de Dios, dará frutos de fe, de amor.
El Catecismo de la Iglesia Católica en párrafo 1831 dice: “Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor. Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas”. Podemos, siguiendo esa afirmación, decir que los dones del Espíritu Santo son: hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y seguir con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo. Si son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios quiere decir que ninguno se los puede apropiar y que están en cierto grado en el alma de cada cristiano. Que cada uno, en la medida que se abre a las inspiraciones divinas se van perfeccionando y viviendo poco a poco, y así será más fácil ir practicándolos. Si son hábitos significa que están en la persona y van disponiéndola para practicar las virtudes cristianas de tal forma que encaminan a la persona hacia santidad. Por lo tanto, los dones del Espíritu Santo son personales y nos conducen por una vida moral, que nos lleva a la santidad.de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf. Is 11: 1-2).
Oremos para Dios siga conduciendo a su Santa Iglesia con el Espíritu Santo. Oremos porque Dios infunda en nosotros sus dones, y nos haga dignos para los carismas que él sabe que necesitamos en nuestro tiempo, y dar frutos cada día más en el Espíritu Santo. Y recogiendo frases de la secuencia digamos juntos: “Espíritu Santo, lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas. Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad y endereza nuestras sendas. Ven, Espíritu Santo. Amén