II DOMINGO DE CUARESMA
LA TRANSFIGURACION
Por Nuestro Párroco, Padre Carmelo Jiménez
Nuestro camino cuaresmal nos lleva a reflexionar ahora en el misterio de la cruz como camino a la gloria de Dios. Por eso, rodeados de signos, Jesucristo muestra a sus apóstoles la gloria que les espera a los que tienen fe, como escuchamos de Abraham en la primera lectura y de Moisés y Elías en el evangelio.
En días pasados, cuando estuve en México, participé en el día del Seminario (2do. Domingo de Febrero), llegan hermanos y hermanas en la fe de toda la Diócesis. Este año coincidía con la fecha de hace 17 años cuando recibí la ordenación diaconal y la ordenación presbiteral fue en el mismo lugar. Ese día gocé con los muchos recuerdos y, uno de ellos es del día de nuestra ordenación presbiteral, fue entre el campo de fútbol y las canchas de basquetbol, había alrededor de 12,000 personas. Recibimos la ordenación 9 presbíteros y 7 diáconos. Frente a nosotros estaba la iglesia del Seminario y sobre ella una gran cruz. El P. César Augusto, quien estaba a mi lado, inspirado y emocionado me dice: “¡sobre esa cruz (mirando la cruz de la Iglesia) vamos a ser crucificado!” Y yo le respondí: “no sobre aquella, sobre esta que está acá abajo”. El recorrió con su vista toda gente y me vuelve a decir: “esta me da miedo, es más pesada que la otra”.
La primera lectura del libro de Génesis nos presenta la fe de Abraham: escucha y obedece. Cuando Dios le pide a su hijo, como prueba de que realmente lo escucha, Abraham sin dudar hizo lo que pedía el Señor y Dios reconoce su fe a través del ángel: “No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo” (Gen. 22: 12). Por esa fe tan grande y fidelidad a Dios, se le llama: el padre de la fe, nuestro padre Abraham.
En el evangelio escuchamos la transfiguración del Señor en el Monte Tabor. A los apóstoles les ha anunciado las persecuciones que les espera, ya Pedro lo ha querido detener, ya Tomás lo ha cuestionado si ha donde van. Muchos discípulos le han dado la espalda al Señor por no entender el proyecto de salvación. Ahora, delante de Pedro, Santiago y Juan se transfigura, y les anticipa la gloria que le espera y que les espera a quienes sean fieles, pero con Moisés y Elías siguen hablando de la muerte que le espera a Cristo. Quiere que los apóstoles entiendan que la cruz es el único camino a la resurrección y a la vida.
Una cruz sin Cristo es nada, no redime, es masoquismo para quien lo soporta. Un Cristo sin cruz no lleva a la gloria. Por eso Cristo se transfigura en el pobre, en el doliente, en el pecador y toma sus rostros y nos dice: “todo lo que dejaste de hacer por uno de estos más pequeños a mí me lo dejaste de hacer. Todo lo que hiciste por uno de estos más pequeños a mí me lo hiciste” (Mt 25: 40). No se compara, no dice “COMO SI A MI”, dice afirmativamente “¡A MI ME LO HICISTE!”
En el salmo responsorial decimos: “Caminaré en la presencia del Señor”. Caminar es avanzar. Todo el que camina tiene riesgo de tropezar y caer, pero solo el que se arriesga es quien alcanza la meta. Nuestra meta es la salvación, a pesar del temor de la cruz, acogernos a Dios, y “si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros?” (Rom. 8: 31b).
Que Dios nos conceda la fe de Abraham para saber escuchar y ser fiel a su voz, y después de pasar por la cruz, llegar a gozar de la vida eterna junto con El. Que día con día nos transfiguremos a ejemplo de Cristo, en el amor, la oración y la caridad. Amen