JESUCRISTO LIBERA

L1290264VI DOMINGO ORDINARIO

JESUCRISTO LIBERA

Por nuestro Párroco, Padre Carmelo Jiménez

La lectura y el evangelio para este domingo coinciden la primera. A simple vista parece que la primera lectura tuviera razón al separar a los enfermos de los sanos para no contagiar. El Evangelio parece un milagro más en el cual Jesucristo devuelve la salud a un leproso. Si lo vemos así, las lecturas son historias pasadas y ya terminamos de explicarlas, pero no solo son historias, son realidades más complejas que necesitan nos adentremos en ellas y nos cuestionemos nuestros diario proceder.

Hace muchos años atrás, recién llegado a Chenalho, un pueblo de las montañas de Chiapas, fui un sábado a la plaza a buscar flores ya que iba a ir a mi pueblo natal y quería llevarle flores a la tumba de mi madre. Ahí en Chenalho cosechan las gladiolas e iniciaba la temporada de cosecha, por eso no había mucha flor, era barata esa flor, posiblemente 10 veces más barato que comprarlo en un mercado en la ciudad, a pesar de que al inicio de temporada de cosecha era un poco más cara que en tiempo regular de cosecha.

Entro al lugar donde está la plaza, encuentro un señor con unos pocos manojos de flores (docenas de flores), le pregunto el costo y me dice que $3.00 pesos, porque casi no había flores, le digo que si lo quiero y que quiero más. El me dice que tiene otro poco en un puesto, caminamos y me dice que tiene 11 docenas en total. Yo le digo que los quiero todos. Saca las cuentas y me dice que si los voy a comprar todos me cobraría lo de 10 manojos que serian $30.00 pesos, que me regalaba uno y así ya terminaba su venta. Cuanto estoy sacando el dinero escucho una voz de una mujer atrás de mi, vociferando cosas contra del vendedor: “¡Indio! ¡Apestoso! ¡Ladrón! Las flores cuestan un peso no tres y acá están tus $11.00 pesos y no le robes al padrecito”. Le arrebató las flores y le deposita $11.00 pesos en la mano de aquel señor y me da las flores diciéndome: “yo se los regalo padrecito”. El señor atónito con $11.00 pesos en mano, el total de la cosecha de una semana ¿Para qué le van a alcanzar? ¿Que podrá comprar para llevar a su casa de vuelta? Le agradezco a la señora su gesto de regalarme las flores, tome el dinero de la mano del señor y se lo devuelvo a la señora y le devuelvo las flores al señor para después cerrar el trato, como al inicio, entre él y yo. La señora muy molesta conmigo me dijo: “por eso es que lo jo… Padrecito porque usted se deja de esta gente abusiva”.

Ahora bien, veamos en la primera lectura, cuando el sacerdote declaraba impuro a una persona era excluirla de la comunidad, no era para atenderla y curarla, sino para quitarle todo valor, toda dignidad, para alejarlo de la comunidad y era echados fuera a las cuevas. Allá viviría aislado, sin derecho de interactuar con sus seres queridos, sin derecho de medicamentos, sin afecto, eran apestosos, eran marginados de la sociedad completamente. Por eso, cuando Cristo cura una persona era devolverle la dignidad, era devolverlo a la familia, era devolverle la vida, era reinsertarlo a la sociedad.

En nuestra actualidad hay muchas formas de oprimir a las personas y de apartarlas, no por enfermedad sino por diferencias de pensamientos, por preferencias sexuales, por nacionalidad, por preferencias políticas, por color de piel, por la gran diferencia de lengua.

Hoy mas nunca Dios nos pide devolver la dignidad a las personas y nos hace un llamado a no hacer diferencia entre nosotros, primeramente no marginemos a las personas por tener o no papeles de acá, de la EEUU. Segundo, las preferencias sexuales, no estoy diciendo que está bien que sean lesbianas u homosexuales, pero no por eso los marginemos como personas que no tienen salvación, esas personas ocupan más afecto no rechazo. Las enfermedades son eso y necesitan de nuestro soporte y muchas vedes de nuestro cariño; estoy hablando de las personas con enfermedades terminales o con personas de diferentes capacidades. Por último, que no te importe el color de la piel, raza ni lengua, todos somos hijos e hijas de Dios merecemos respeto unos a otros.

Dios nos ama y nos da una dignidad. Ni dejes que te pisoteen tu dignidad ni pisotees la dignidad de otros. Ni el dinero, ni el color de la piel ni nada debe causar diferencias. Cristo quien sana los corazones, que sane nuestros corazones para que sepamos aceptar a los demás como nuestros hermanos y hermanas dignos de ese nombre y quite de nosotros toda lepra y nos de un lugar en la asamblea celestial al final de nuestras vidas.

Print your tickets