III DOMINGO ORDINARIO
LLAMADOS A LA CONVERSION
Por nuestro Párroco, Padre Carmelo Jiménez
Estamos ya en el tercer domingo del tiempo ordinario. El tiempo pasa muy rápido. Siguiendo nuestro camino espiritual diré: hace dos domingos atrás celebramos el Bautismo del Señor, y es Dios quien perdona nuestros pecados, nos hace miembros de la Iglesia, nos consagra templos vivos del Espíritu Santo y nos hace sus hijos e hijas. Dios es quien sale hacia nosotros. El domingo pasado fue la invitación o llamado de Dios y la respuesta libre de cada uno de nosotros. Una respuesta hacia la conversión. Este domingo, entonces, reflexionaremos en el llamado a la conversión y la respuesta, libre y consciente a aceptar al Señor.
Volvemos a encontrarnos con la misericordia divina porque es Dios quien envía a Jonás a Nínive: “’¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!’ Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños” (Jon. 3, 4b-5a). Es Dios quien sale al encuentro del pecador, no espera pasivo a que vuelva el pecador sino que envía a Jonás a denunciar el pecado, a anunciar la destrucción que les espera si no se convierten y después de eso, entonces se espera con paciencia, y mira la conversión y perdona ¿que dios es tan misericordioso como nuestro Dios?
Por eso en el salmo respondemos: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador” <24 (25), 4 -5>. Porque conocer los caminos de Dios es solo gracia de Dios y caminar por sus senderos es don de Él. Cada día debemos de pedir la perseverancia en nuestra fe de tal manera que crezcamos en la amistad y en la relación con nuestro Padre Dios.
Años atrás (pienso que en la Semana Santa del 1991) tres seminaristas fuimos asignados a una pequeña capilla. Aún eran los inicios de aquella comunidad y el templo era realmente muy sencillo. Estaba en construcción un templo más grande, así que sábados y domingos muchos voluntarios asistían para continuar la construcción. Quien era el encargado de dirigir la construcción vivía en la calle que nosotros pasábamos hacia la capilla. Un domingo por la mañana (pienso que entre 8 y 9 am), al pasar por la casa del encargado de la construcción estaba trabajando en su patio y tomando cervezas. Sergio, aún recuerdo a ese compañero, no perseveró mucho en el seminario pero buen cristiano, le dijo: “¡qué bonito lo haces! Tú tomando tan temprano y los otros que trabajen”. No recuerdo qué contestó, pero fue una negativa de no querer nada por la Iglesia. Lo que sí recuerdo es que nos dijo que alguien más tomará su cargo, que ya no volvería. Sergio únicamente le dijo: “¡allá te esperamos!” Y continuamos nuestro caminar. Como una hora después llegó, sin decir nada, se puso a trabajar y después de un buen rato de trabajo nos despedimos y nadie dijo nada. Él continúo sirviendo. Aquella capilla se construyó y ahora tienen Misa cada domingo. Aquel hermano sé que aún participa en su comunidad, nunca más volvió a pensar en dejar la Iglesia y cuando lo he encontrado, aún recuerda con agrado aquel incidente, y agradece a Sergio la llamada de atención.
En el Evangelio de San Marcos nos recuerda la misión que tenemos todo cristiano: “Síganme, y yo haré que ustedes sean pescadores de hombres” (Mc. 1, 17). Si cada uno escucha el llamado de Dios y nos convertimos a su amor y a su misericordia, también nos invita a transmitir nuestra fe y nuestra alegría. Así, viviendo la “alegría del evangelio” (Papa Francisco) nos convertimos en pescadores de hombres. Porque la conversión por miedo no lleva a nada, pero la conversión por amor, nos lleva a Jesucristo y nos llena de Dios. El Papa nos dice: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1).
Hoy quiero invitarte a reconocerte verdadero hijo o hija de Dios. A buscar reconciliarte contigo mismo (a) y con Dios. Recuerda hermano, recuerda hermana, Dios no condena si arrepentido lo buscamos, más bien, perdona y nos llena de su gracia. Y con la alegría de tenerlo a Él como nuestro Salvador, tenemos que comunicarlo a los demás. La invitación de Dios, de ser pescador de hombres, es para cada uno de nosotros que hemos escuchado su voz. Oremos con el salmista: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”. Amen.
¡Vive la alegría del Evangelio!